Año: 1948
Nacionalidad: EE.UU
Director: Alfred Hitchcock
Reparto: James Stewart, John Dall, Farley Granger, Cedric Hardwicke, Joan Chandler, Douglas Dick, Constance Collier, Dick Hogan.
Género: Intriga
Sinopsis: A casa de dos estudiantes van llegando los invitados a una especie de fiesta de fin de curso. El invitado que más temen es su tutor y profesor, un astuto criminólogo que sostiene que el crimen perfecto no existe, aunque ellos se han propuesto demostrar lo contrario. En efecto, con su llegada crece cada vez más la tensión y el nerviosismo de los jóvenes. Y no es para menos, porque tienen un cadáver encerrado en el arcón que sirve de mesa para la cena.
El otro día comparaba una película de Alfred Hitchcock con otra de otro director, basada en la misma novela. No hay color. Más allá de su personalidad y su carácter -de lo que también se ha hablado y mucho-, está claro que el cineasta era un genio a la hora de dirigir largometrajes. Nunca me canso de ver sus películas. En esos momentos, en los que necesitas meterte de lleno en un buen largometraje, no hay nada como sentarse a ver alguna de las más de ¿sesenta? ¿setenta? que rodó a lo largo de su carrera. Y un ejemplo es el título que os traigo hoy. La soga es un largometraje que, sin grandes elementos de estructura, hay que catalogar como fabulosa.
De entrada, la película parte de un punto muy original. Esta cinta no desarrolla la planificación y ejecución de un crimen. En películas del género, como Crimen perfecto, es habitual que el espectador se vaya adentrando en la trama poco a poco. Es decir, se suele presentar a la víctima, se comparte con el espectador el planteamiento del hecho criminal, se ejecuta y se resuelve, poniendo al asesino en manos de la justicia. Sin embargo, La soga prescinde de los dos primeros pasos. Y es que esta película comienza con la ejecución del asesinato de forma inmediata. En la primera escena, vemos cómo Brandon y Phillip, dos amigos de la infancia, estrangulan con una cuerda a un tercer amigo en común, David Kentley. ¿Por qué lo hacen? En este caso, la motivación es lo de menos. La muerte de David, en manos de los dos amigos, corresponde a un experimento. Tratan de demostrar ciertas teorías defendidas por el instructor de los jóvenes, Rupert Cadell, quien defiende que el crimen perfecto es un arte. Para dar más suspense y emoción al acto cometido, Brandon y Phillip deciden organizar una cena a la que asisten los padres de David, su novia, el profesor Cadell y algunos amigos más. El propio David es un invitado más pero claro, no va a llegar de ninguna de las maneras. Lo que ninguno de los invitados saben es que la comida se servirá sobre un arcón, en cuyo interior descansa el cuerpo sin vida del joven.¿Cómo se desarrollará la cena? ¿Conseguirán los invitados averiguar lo que ha ocurrido en esa casa instantes antes? ¿Saldrán los asesinos indemnes del crimen cometido? Bueno, sentaros a ver esta película y conoceréis las respuestas a estas preguntas.
En cuanto a la interpretación, habría que destacar principalmente el trabajo de los tres actores, que encarnan a los personajes que más destacan en la trama: John Dall como Brandon, Farley Granger como Phillip y James Stewart como Rupert. De los tres, a mí me han gustado especialmente Granger y Stewart. Mientras que el personaje de Brandon mantiene la calma y la sangre fría a lo largo de la cena, mostrando una excelente habilidad para manipular a los invitados, Phillip tiene que luchar contra sus demonios. Se dejará llevar por su nerviosismo en todo momento, quedando en evidencia. Son esos instantes de descontrol los que aprovecha el sagaz Cadell para intuir y sospechar que algo ocurre en la casa. Y orbitando alrededor de los tres, unos cuantos personajes más entre los que destacaría a la señora Wilson, la doncella, (Edith Evanson) que aporta chispa y humor a una trama negra.
Más allá de la magnífico y original argumento, no podemos obviar el trabajo de dirección de Alfred Hitchcock. Hay secuencias que se quedan grabadas en la retina: como las conversaciones paralelas en dos planos distintos; la mirada perdida del padre de David, inmerso en sus pensamientos, mientras la cena discurre; el plano fijo sobre las tareas de la doncella de Brandon, a la que vez que se desarrolla un diálogo entre los asistentes a la cena, que queda fuera de plano; o las luces de neón verdes y rojas, que se cuelan en el apartamento de los jóvenes justo en el desenlace, cuando la tensión se dispara. Nada más que por esas escenas, esta película resulta extraordinaria.
La soga no es una película para hablar mucho de ella, porque corres el riesgo de estropear las sorpresas que guarda. No nos podemos explayar hablando de los escenarios, pues todo ocurre entre las cuatro paredes del apartamento de los jóvenes, donde la cámara se mueve con maestría. El reparto es breve, pero maravilloso. El argumento es concreto y conciso. Además, es de corta duración (80 minutos) y, sin embargo, no le hace falta mucho más para ser una obra maestra. Aunque la trama es muy buena, a mí lo que más me ha gustado de esta película es el trabajo de dirección. Por tanto, no te la deberías perder si aún no la has visto.
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