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BÁRBARA BLASCO: 'Con esta novela, he querido abordar el paso del tiempo dentro de un hospital'

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Bárbara Blasco gana el Premio Tusquets Editores de Novela 2020 con Dicen los síntomas. Nada más ver el título, me quedé algo en shock, provocándome una cierta desazón, porque, ¿qué dicen los síntomas? Sin duda, es una pregunta que nos conecta directamente con la enfermedad, el dolor e incluso la muerte. Y mucho de todo esto es lo que podemos encontrar en esta novela, que cuenta con un planteamiento original. Nunca había leído una novela cuya trama se desarrollara prácticamente en su totalidad, entre las paredes de una habitación de hospital. El enfermo es el padre de Virginia (la protagonista), un hombre que está en coma, sin posibilidad de recuperación. Los días transcurren despacio, a la espera de un desenlace esperado, en ese mundo que se construye únicamente en los centros hospitalarios. En un escenario que huele a desinfectante y enfermedad, Virginia entabla amistad con el compañero de habitación de su padre. Reflexiones, anhelos, deseos, amor, sinceridad,... todo ello se dan la mano en una novela de la que os hablaré con detalles más adelante. 

De momento, os dejo con la entrevista a la autora.

Marisa G.- Bárbara, antes de entrar en materia, te diré que me ha sorprendido la cantidad de cosas que has hecho en la vida. Desde teleoperadora, pasando por bailarina de cabaret hasta empleada de gasolinera. Lo mismo sirves para un roto que para un descosido.

Bárbara B.- He hecho muchas cosas pero todas bastante mal. Todo hay que decirlo (risas). Creo que soy bastante vaga y trabajar no me gusta mucho. Bueno, soy vaga para trabajar en lo que no me gusta. He hecho muchos trabajos porque necesitaba el dinero, como todo el mundo, pero me cansaba enseguida. Cuando era más joven, sin tener claro todavía que quería ser escritora, no me veía toda la vida haciendo de ayudante de mago (risas), así que iba cambiando de trabajo cada poco tiempo. Era la precariedad que vivimos ahora, pero un poquito adelantada. No deja ser lo que ocurre hoy, que lo mismo eres licenciada en alguna materia, y te ganas la vida poniendo copas en un bar. 

M.G.- Cierto. Bueno, has ganado el premio Tusquets. ¿Te lo esperabas? ¿Confiabas en que la novela iba a gustar al jurado?

B.B.- No, no. En realidad, era pesimista a ratos. No sé si le ocurrirá lo mismo a todos los escritores, pero a veces pienso que lo que he escrito es una bazofia, y otras veces me da por pensar que es una obra maestra. No será ni una cosa ni la otra, sino un término medio. Pero este año me propuse ir a por algún premio. Se me apetecía intentarlo. Lo de ganar un premio siempre me ha parecido algo muy difícil, pero mi marido estaba convencido de que me iban a dar alguno.

M.G.- Y cayó.

B.B.- Pues sí. De momento, está teniendo razón en todo lo que ha dicho.

M.G.- Pero qué curioso que el año pasado también se lo llevara una valenciana.

B.B.- Por eso, precisamente, pensaba que no me lo iban a dar. Como lo que se suele pensar cuando juegas a la lotería, que si un año cae en tu ciudad, ya no va a tocar al siguiente. Pero el Tusquets es un premio que valora la obra, se leen todos los manuscritos, y eligen el que más les gusta.

A Elisa Ferrer no la conocía, y resulta que vive muy cerca de mí. Somos ruzaferas las dos, y ahora somos amigas, claro. Somos las Tusquets de Ruzafa.

M.G.- (Risas) Bárbara, en la nota de prensa, se habla de un retrato generacional. Si te soy sincera, a mí tu novela no me ha parecido generacional en ningún momento. No sé si tu intención era hacer ese retrato y yo no he sabido captarlo.

B.B.- Pues a mí me pasa lo mismo que a ti. No he pretendido retratar una generación. En cualquier caso, Virginia, una mujer de 40 años, sí comparte problemas con la realidad que vivimos: el trabajo, la maternidad,... Son cosas comunes que veo a mi alrededor y que yo misma he vivido. Es normal que uno escriba desde esa realidad, sobre todo si pretende escribir una novela en clave realista.

M.G.- Lo que está claro es que Dicen los síntomas habla de enfermedad y de muerte. Pero la cosa no se queda ahí. Creo que Virginia emprende una búsqueda de sí misma y trata de encontrar un lugar, su lugar.

B.B.- Pues sí. En principio, Virginia me creció con mucho rencor y muy cabreada con la vida. La vi en un momento de crisis, pero una crisis rumiada durante muchos años. Llega un momento que, de tanto sufrir, la realidad aparece de pronto como un poquita lisérgica. Adquiere visos de irrealidad. Además aparece humor porque todos tenemos un límite en el sufrimiento y Virginia llega a ese límite. Además tiene una voluntad de felicidad muy férrea. A pesar de todo, su intención es buscar esa felicidad. La gente que está muy jodida, inconsciente tiende a buscar la felicidad. 

M.G.- Virginia siente una urgente necesidad de ser madre, como reza la sinopsis. ¿Ella busca esa felicidad de la que hablamos, a través de la concepción de un hijo?

B.B.- En el fondo, no. El tema del hijo se le ocurre, de entrada, como venganza hacia su padre. Es parte de ese rencor que siente. Virginia siempre ha estado dominada por su padre pero ahora él está enfermo y está a punto de morir, y ella está viva y siente ganas de dar vida. Es doble vida frente a la muerte del padre. Pero bueno, también hay otras razones. El deseo de tener algo suyo, su propio círculo de cariño,...

M.G.-Me gustan mucho las referencias, las anécdotas que se incluyen. Se mencionan las teorías del científico Adrian Owen, hablas de Susan Sontag, o de cómo Buster Keaton se enfrentó a ese trance de perder la vida. ¿Este libro te ha supuesto hacer una búsqueda exhaustiva de esas referencias?

B.B.- Algunas ya las conocía porque la obsesión aparece antes que el libro. De todos modos, no me recuerdo documentándome mucho para escribir este libro. Lo que sí suele ocurrir es que, cuando estás escribiendo una historia, te van surgiendo cosas en el camino o te empiezan a aparecer noticias en Internet, al hilo de lo que estás escribiendo. Es como cuando estás embarazada y solo ves embarazadas por la calle. 

M.G.- O cuando tienes una herida en un dedo y todos los golpes van al mismo sitio.

B.B.- También, también.

M.G.- Y Bárbara, qué bien dibujas la vida dentro de un hospital, una vida que parece que transcurre en otra galaxia. El retrato de ese microcosmos hospitalario en el que la vida y la muerte se dan la mano, y en el que se establecen relaciones muy singulares entre los pacientes y los familiares. Es tan realista que, inevitablemente, todos los que hemos pasado por ahí, nos vamos a ver reflejados.

B.B.- Sí, es un escenario muy literario porque los escritores tratamos de llevarlo todo al límite. Exageramos las emociones de los personajes, las situaciones,.. En ese sentido, un hospital, con la muerte tan cerca, intensifica todo lo que ocurre entre sus paredes. Con esta novela, he querido abordar el paso del tiempo dentro de un hospital. Es un tiempo diferente que no tiene que ver con el tiempo que transcurre fuera de un centro hospitalario. A la vez, hay un tono de irrealidad cuando uno se encuentra en el hospital, tal vez porque no se duerme bien y nos sentimos un poco anestesiados.

M.G.- Y en ese hospital se habla del fingimiento. Hay un par de reflexiones que me parecen muy interesante.


"...una ley que promulga que no será necesario elfingimiento, puesto que estos lugares  (se refiere a los hospitales) ya se edifican sobre él"

 "la vida se compone de tres cuartas partes de fingimiento, un inmenso océano en el que flotan unas pocas verdades como islotes"


B.B.- Creo que era Nietzche quien lo decía, que aprendimos a mentir hace mucho tiempo, pero hemos olvidado que mentimos. Vamos por la vida como si tuviéramos claro ciertas cosas y no tenemos ni idea de nada. No sabemos qué hacemos aquí, no sabemos qué es la muerte, pero fingimos que todo tiene muchísimo más sentido y que no tenemos dudas. Creo que hay situaciones en las que ese convencimiento se tambalea. Virginia está en ese punto, mirando todo ese fingimiento que, por otra parte, hace que las cosas funcionen. 

M.G.- Sin embargo, ella es un personaje muy sincero. Aunque tiene a un padre postrado y moribundo, sigue fiel a sus sentimientos. Es decir, no por tener a un padre a punto de morir, cambia y suaviza lo que siente por él. Y eso es algo que se suele hacer.

B.B.- Bueno, en el fondo, lo hace un poco. La novela está escrita en primera persona. Nos metemos en la cabeza de Virginia y sabemos cómo piensa, por eso podemos leer las dobles intenciones que tienen sus frases. Lo que siente por su padre solo se atreve a decirlo cuando está sola y porque el padre está en coma. Con la madre y con la hermana delante, no se atreve a decir lo que siente realmente por ese hombre que está en la cama de un hospital. Pero claro, en la literatura, la primera persona no habla hacia fuera, sino hacia dentro. 

M.G.- Virginia es como la oveja negra de su familia, mientras que su hermana es la perfección. Los padres no tienen el mismo apego por una hija que por otra porque, los padres no quieren a todos los hijos por igual, ¿verdad?

B.B.- No. Aunque no sé si, en este caso, se puede hablar de amor, pero desde luego, los padres no consideran a todos los hijos por igual. Ni tampoco reparten los roles de igual modo. Cada hijo se supone que tiene un papel muy concreto. 

En la novela dejo muchas cosas a la sombra, porque tampoco me apetecía escribir una novela centrada únicamente en la relación padre-hijo. Parte del misterio que aparece en la novela, tiene que ver con la razón por la que Virginia no se ha entendido nunca con su padre. Se explica un poco, pero no quise entrar mucho en ese asunto. Además, el padre está en coma, por lo que ni siquiera él podría explicarlo. En cualquier caso, sí es el padre el responsable de que Virginia no se lleve bien con la hermana ni con la madre.

M.G.- Y esa madre, que vive en un sufrimiento constante. Ahí sí he visto un pelín de retrato generacional, de esas madres de una cierta época, que necesitan sufrir un poquito cada día.

B.B.- Ese sufrimiento ha estado asociado a una generación de mujeres, a las que se les ha enseñado que tenían que sufrir. Casi que, para ser una mujer como Dios manda, hay que sufrir, sin derecho a disfrutar. A mí es un personaje que me da mucha pena. La madre de Virginia es casi un estereotipo, en el que muchas mujeres de cierta edad se podrían ver reflejadas.

M.G.- Y hay otro personaje más, muy interesante, y que genera cierto suspense. Me refiero al compañero de habitación, un hombre enfermo cuyo nombre solo sabremos al final. Mientras tanto, Virginia se refiere a él como "el extraño". De su discurso se pueden subrayar muchas cosas. Me resulta brillante su opinión sobre la sobreexposición en redes sociales.


"El anonimato se ha convertido en un nuevo lujo. Poder vivir libres de miradas ajenas pronto estará solo al alcance de unos pocos. Algo tan barato como la intimidad se ha vuelto un privilegio"


B.B.- Desgraciadamente es algo que estamos viviendo. El extraño representa justo lo contrario al teatrillo que tienen montado Virginia y su familia, ese fingimiento del que hablábamos antes. El extraño es un hombre que le gusta la sinceridad pero además, está en unas circunstancias concretas que lo liberan de la servidumbre, y de estar dando una imagen. Es un hombre crítico con la nueva realidad que vivimos. Además, me gustaba también el juego de las apariencias y de la verdad. Hay mucha gente que parece que se preocupa por los demás y resulta que luego es muy insensible. Pero el extraño, que parece un hombre duro, inhumano y maleducado, resulta que es una persona muy sensible y considerada, que no quiere molestar a nadie.

M.G.- Para terminar Bárbara, me llamó la atención que la sinopsis ubica la trama en una clínica de Valencia, pero la ciudad queda tan difuminada, que el hecho de que transcurra en Valencia es meramente anecdótico.

B.B.- Totalmente. La ciudad no es ningún personaje. El hospital tiene tal fuerza de succión que se ubique donde se ubique, se come a la ciudad.

M.G.- Pues te doy la enhorabuena por este premio y las gracias por haberme atendido.

B.B.- Muchas gracias a ti. 

Sinopsis: Aunque Virginia nunca ha mantenido una buena relación con su padre, se siente obligada a visitarlo a diario y a hacerle compañía cuando este es ingresado gravemente enfermo en una clínica de Valencia. Para ella, obsesionada con las dolencias, los síntomas se revelan más sinceros que las palabras. En esa habitación de hospital se ponen a prueba los vínculos con su madre y con su hermana, precisamente en un momento crítico en la vida de Virginia, para quien la maternidad empieza a ser una urgencia. Un nuevo paciente, un hombre enigmático y no carente de atractivo, ocupa entonces la cama vecina. Al principio Virginia apenas cruza con él algunas palabras de cortesía, pero, poco a poco, los dos traban una complicidad ajena a la asepsia del hospital, y acaban creando un pequeño espacio compartido, un lugar en el que cobijarse. Y en el que tal vez, cuando todo esté perdido, surja algo inesperado y auténtico.



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