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Sinopsis
Durante veinticuatro horas, el apacible pueblecito de Midwich, perdido en la campiña inglesa, se ve inmerso en un hecho insólito: una invisible cúpula de fuerza lo aísla del resto del mundo, y todos sus habitantes pierden la noción de lo ocurrido en aquel lapso de tiempo. Pero esto será sólo el principio. Pasado el fenómeno, otro hecho no menos insólito viene a turbar de nuevo de nuevo la paz: todas las mujeres del pueblo descubren repentinamente que están en cinta… y nueve meses más tarde dan a luz unos extraños niños de ojos dorados. ¿Quiénes son, cómo han llegado a nacer, cuál es su origen, qué peligro pueden representar? Muy pronto empiezan a descubrirse sus extraños poderes, que culminarán, nueve años más tarde, en uno de los más terribles enfrentamientos, y darán origen a un problema moral de difícil, casi imposible solución.
Porque, al igual que cuclillos anidando en nido ajeno, los Niños, esos sorprendentes muchachos de mente comunitaria, queridos y temidos a la vez, representan el mayor peligro con el que ha tenido que enfrentarse nunca la raza humana.
[Información tomada directamente del ejemplar]
Juraría que esta historia la he contado alguna vez pero ahora no soy capaz de encontrar en qué momento. La cosa es que, hace muchísimos años -rondaba los veinte y pocos años-, nos reunimos unos cuantos amigos en casa de uno de ellos para cenar. Era verano, los padres estaban en la playa, y nuestro anfitrión preparó un ágape a base de pizzas y patatas fritas. Lowcost total. Con la cena y la conversación entramos en la madrugada. Cuando nos disponíamos a regresar a nuestras respectivas casas, mi amigo encendió la tele un instante. La primera imagen que vimos fue esta.
¿Quiénes eran esos niños rubios de ojos tan extraños? Nos quedamos boquiabiertos. Los planes de regresar a casa quedaron relegados y, en su lugar, volvimos a sentarnos frente al televisor. A medida que avanzaba la película, recordé que aquella historia me sonaba. De estos niños ya había leído algo pero, ¿dónde? Después de estrujarme mucho la cabeza, recordé un libro pequeñito que tengo en casa. Era una de esas lecturas abreviadas que nos mandaban en clase de inglés, en cuya cubierta aparecía el dibujo de unos niños rubios de ojos amarillos. Su título, The Midwich Cuckoos de John Wyndham, editado por Editorial Longman.
¿No os ocurre que hay historias que caminan junto a vosotros a lo largo de los años? A mí estos niños no me han abandonado nunca. Los recuerdos de aquella noche en casa de mi amigo regresan a mi mente con frecuencia, y aunque la historia de estos «angelitos» rubios forma parte de la ciencia-ficción, género que no me suele gustar, lo cierto es que no puedo evitar volver a sus vidas, una y otra vez. No sé cuántas veces he visto las dos adaptaciones cinematográficas, ambas tituladas El pueblo de los malditos, una dirigida por Wolf Rilla, en 1960, y la otra por John Carpenter, en 1995.
Es ahora cuando me he atrevido con la versión en papel, aprovechando que un ejemplar del libro de John Wyndham, en su versión original y en castellano, ha aparecido en mi casa, después de rescatarlo de una purga en el domicilio de un familiar. Está en un estado algo lamentable pero, al igual que hay gente que adopta animales, yo adopto libros. Y para los que no conozcáis esta obra, os cuento un poco.
Richard Gayford y su mujer Janet, habitantes de Midwich, deciden pasar la noche en Londres, para celebrar el cumpleaños de él. Cuando regresan al día siguiente, se encuentran con que la carretera de acceso al pueblo ha sido cortada. Cientos de militares pululan por allí. «Maniobras. No se puede acceder», le dirán a la pareja. Pero ellos tienen que llegar a su casa y optan por dejar el vehículo a la entrada del pueblo para cruzar campo a través. En cuanto emprenden camino se dan cuenta de algo extraño ocurre en el pueblo. Lo primero que ven son cuatro o cinco vacas tendidas en el suelo, como si estuvieran muertas. Pero lo más sorprendente es que, cuando Janet se adelanta para comprobar qué ocurre, sufre un desvanecimiento. Acto seguido es Richard el que cae al suelo. Al poco tiempo, volverán en sí. Parece que los militares los han rescatado de un área infectada. La pareja recobra la conciencia. Pero, ¿qué está pasando en Midwich? ¿Se trata de un escape de gas? ¿Algún tipo de contaminación aérea? Al parecer, la noche previa todo el pueblo cayó en un hechizo. Un profundo sueño ha invadido a todos los tranquilos habitantes del pueblo, y así permanecerán horas y horas hasta el amanecer, cuando poco a poco, todos irán despertando de un extraño letargo.
Alarmados por los insólitos hechos, el ejército decide intervenir. Después de ciertas indagaciones no consiguen averiguar qué ha ocurrido. A lo máximo que llegan es a acotar el radio de acción de lo que sea que ha producido este extraño fenómeno. Sea lo que sea, ha afectado a mamíferos, pájaros, reptiles e insectos. Una fotografía aérea desvela una forma «parecida al dorso de una cuchara», que se encuentra en el centro geométrico de la zona y que cubre el pueblo. ¿Qué es todo aquello?
Bueno, a pesar de que lo que se denominó como el Día Negro dejó atrás una serie de accidentes e incendios, que acarreó la muerte de algunos habitantes del pueblo, la mayoría van despertando, algo aturdidos, pero sanos y salvos, y esa forma cónica que cubría el pueblo, termina por desaparecer. Midwich regresa a su estilo de vida de siempre. «Midwich estaba de nuevo tan despierto como le era posible estar». Pero, lo que sea que fuera aquello, ¿llegó, no hizo nada y desapareció, sin más? Va a ser que no. A los nueve meses, todas las mujeres de Midwich dan a luz a un bebé perfecto y precioso, si no fuera por unos enigmáticos ojos dorados. Lo mismo da la edad de las madres, no importa sin son demasiado jóvenes o ancianas, si están solteras, casadas o viudas, si son vírgenes o no. Absolutamente todas las mujeres de Midwich quedaron embarazadas tras el extraño accidente. Todas menos Janet Gayford que, recordemos, había pasado aquella noche fuera del pueblo, junto a su marido Richard. Los extraños embarazos desatan una oleada de infortunios. Parejas de novios romperán su compromiso, matrimonios sólidos se tambalearán, padres repudiarán a sus jovencitas hijas, y algunas mujeres se sentirán tan señaladas y oprimidas que desearán morir. De sesenta y cinco a setenta inexplicables embarazos.
Los cuclillos de Midwich como texto encuadrado en el género de ciencia-ficción sustenta su trama en diversas teorías científicas. Sin profundizar demasiado se hablará de epidemias o de implantación, término que entenderéis si os animáis a leer la obra. Pero, en esta historia también tendrá cabida la religión. Las feligresas más fervorosas de Midwich verán en estos hechos la mano de Dios, como si de un castigo divino se tratara. Procedan de donde procedan, lo que nadie consigue averiguar es el origen de estos niños. ¿Por qué tienen esos ojos tan extraños? ¿Son iguales al resto de bebés? Bueno, los niños crecen y las madres terminan aceptando a sus retoños. Pero, con el paso de los años, los habitantes de Midwich advertirán que las peculiares de los niños van mucho más allá que una característica física. Y esto es todo lo que os puedo contar del argumento.
Más allá de un trama que sigue la típica línea marcada por la ciencia-ficción, la obra de Wyndham explora la relación materno-filial que se establece entre progenitora y retoño. ¿Qué sienten esas madres por sus hijos? ¿El alumbramiento de sus bebés les genera las mismas emociones que si hubieran sido madres por, digamos, los cauces normales? Bueno, a lo largo de la novela iremos viendo cómo reaccionan unas y otras, mujeres a la que también sacude un dilema moral por sentirse, en cierto modo, ultrajadas. Y lo que es más importante, ¿qué sienten esos niños por sus madres?
En cuanto a los personajes, solo voy a destacar uno y porque me cae realmente mal. Zellaby Holder es el erudito del lugar, experto en desarrollar teorías intrincadas en las que me pierdo. Es un personaje construido así, irritante y redicho. Y tanto es así que hasta el propio narrador opina que su verborrea es a veces excesiva. Las veces que intervenía en la trama me terminaba por irritar.
Sobre el escenario, la acción transcurre prácticamente en la localidad de Midwich, el típico pueblecito de la campiña británica en el que no pasa nunca nada. Si el matrimonio Gayford decidió mudarse allí fue precisamente por ser un entorno tranquilo y sosegado, donde la vida transcurre con calma. No es más que una población pequeña con un parque rodeado de cinco olmos y un coqueto estanque en medio; una pequeña iglesia de estilo normando, construida en el siglo XV; una oficina de correos; albergue, herrería, almacén, y dos edificios públicos Kyle Manor y la Granja. Este último lo compró el ministerio e instaló allí unos laboratorios de investigación, que tendrán mucho protagonismo. Pero, en realidad, Midwich no es más que «una simple aldea» a la que ni siquiera llega el ferrocarril. No obstante, también tiene un pasado.
Narrado en primera persona, y de forma lineal -aunque al respecto Richard Gayfor, como narrador, nos hará alguna aclaración-, Los cuclillos de Midwich está estructurado en dos partes, con un salto hacia delante en el tiempo. La obra cuenta con bastante diálogo. Por regla general, la lectura es ágil y dinámica, pero admito que en su parte central se me hizo más ardua.
Poco más os puedo contar.Los cuclillos de Midwich es una novela interesante, con aroma a aquellos clásicos en blanco y negro que nos hablaban de fenómenos extraordinarios, que perturbaban la paz de un idílico pueblecito. Y si, en vez de leer el libro, te animas con las adaptaciones al cine, te recomiendo la versión más antigua, mucho más fiel al texto original que la de John Carpenter.
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
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