Año: 2020
Nacionalidad: España
Director: Carlos Sedes
Reparto: Javier Rey, Blanca Suárez, Pablo Molinero, Guiomar Puerta, Carlos Cuevas, Adelfa Calvo, Manuel Morón, María Pedraza, Moreno Borja, Mercedes Sampietro, Joaquín Núñez, Pedro Rudolphi, Paloma Reynaud, Antonio Durán, Alfonso Agra
Género: Romance. Drama.
Sinopsis: Año 1998. Isabel, estudiante de periodismo, se ve obligada a realizar sus prácticas en el diario de un pequeño pueblo costero gallego para terminar la carrera. Al llegar, quiere empezar cuanto antes a investigar, a demostrar todo lo que ha aprendido para convertirse en una auténtica periodista. Pero el puesto que le asignan es el último que ella esperaba: la escritura y gestión de las esquelas que llegan a la redacción. Pero esto, que podría parecer en principio algo aburrido, se convierte en la puerta a una investigación que la llevará por diferentes puntos de la geografía española en busca de una historia de amor imposible.
Un poco de dulce de vez en cuando no viene mal. Eso es lo primero que pienso cuando termino de ver El verano que vivimos, del director Carlos Cedes, un nombre que está detrás de series televisivas, tan conocidas como Alta mar (2019), Fariña (2018), Las chicas del cable (2017) o Velvet (2013), por mencionar algunas.
El verano que vivimos es otro de los largometrajes nominados para los Goya. De dieciocho candidaturas solo ha pasado a dos nominaciones, ambas relaciones con el apartado musical: Mejor Música Original y Mejor Canción Original. Hablaremos luego de esto.
Estamos ante una película que narra la historia de amor entre Lucía y Gonzalo. La trama se divide en dos hilos temporales. En el presente (año 1998), una joven periodista de nombre Isabel Guirao es enviada a Galicia, concretamente a Cantaloa, localidad ficticia, y a su periódico El Faro de Cantaloa, para realizar las prácticas. La redacción es un lugar mustio y desangelado, donde difícilmente se podrá encontrar el frenético ritmo de un periódico. Nada más llegar le encargan hacerse cargo de los obituarios, de la redacción de esquelas. Al principio, la tarea le resulta tediosa, poco provechosa para justificar con las prácticas la obtención del título. Sin embargo, a la redacción llegará una carta sin remite, una esquela en forma de diario, dirigida a una tal Lucía. Por lo que la joven puede averiguar del redactor jefe, esas cartas llevan llegando desde hace diez años, siempre sin remite, siempre con palabras dulces dirigidas a Lucía y firmadas con las iniciales G.M. El personal del periódico piensa que se trata de un chiflado y, hasta ahora, únicamente se han limitado a publicar esas palabras cada quince de septiembre. Sin embargo, Isabel se siente intrigada. Cree que esa historia merece la pena ser investigada, y averiguar quién es G.M. y quién es Lucía. Así, empezará estudiando minuciosamente cada carta, los detalles, las referencias. Conseguirá descubrir dónde podía vivir el emisor de aquellas palabras tan románticas y, por un golpe de suerte, consigue localizar a Carlos. ¿Quién es este personaje? ¿Y qué aventura vivirá con él? Ahí lo dejo.
Por otro lado, el segundo hilo temporal lo proporciona la lectura de las propias cartas que llegan a la redacción. A modo de flashbacks y a través de esas palabras anónimas, el espectador viajará en el tiempo y en el espacio. Concretamente, la trama se traslada al año 1958 y se sitúa en Jerez de la Frontera (Cádiz). Hasta allí llega Gonzalo Medina (Javier Rey), un joven arquitecto que ha sido reclamado por su amigo Hernán Ibáñez (Pablo Molinero) para la construcción de una bodega. Los Ibañez son una familia viticultora muy importante de la zona. Llevan elaborando vinos desde hace varias décadas y sus caldos tienen mucha fama. Hernán es la tercera generación de bodegueros, que sueña con llevar su producto a cualquier lugar del planeta. En su empeño por prosperar, el amor se cruza en su camino. Las dos grandes familias viticultoras de Jerez deciden unir sus lazos, a través del enlace matrimonial entre Hernán Ibáñez y Lucía Vega (Blanca Suárez), una bellísima muchacha de la que Gonzalo queda absolutamente enamorado, a la vez que Lucía siente un deseo irrefrenable por un hombre que ha vivido y viajado tanto. Pero se trata de un amor que solo traerá desgracias.¿Qué pasará entre ellos? ¿Romperá Lucía su compromiso con Hernán?
Los dos hilos temporales se van alternando en una narración que, por un lado, nos descubre la tórrida relación amorosa que vivieron Gonzalo y Lucía. Por otro, el viaje que emprende Isabel junto a Carlos, tras la pista del tal G.M. y su amada Lucía. El verano que vivimos es una historia amable, en la que el amor lo invade todo. Si te quedas únicamente con la parte romántica, la película es bonita, entrañable, emotiva, muy al estilo de El diario de Noa de Nicholas Spark. Pero, si te paras a pensar un poco, enseguida descubres que el guion tiene lagunas. Por ejemplo, toda publicación en un periódico implica una contraprestación. En el caso de esas cartas que llevan diez años llegando a El Faro de Cantaloa, ¿quién paga las publicaciones? Es muy difícil que se realice un pago sin conocer el nombre del emisor del mismo, por lo tanto, el supuesto anonimato queda al descubierto.
A eso hay que añadir que, en el pasado ocurre un par de tragedias y muertes. A ver cómo lo explico para no hacer mucho spoiler. Cuando alguien muere de manera trágica, lo normal es encontrar el cadáver o restos del mismo, y hacer un funeral. Bueno pues, en la película se da por hecho que alguien muere y ya está. No hay cadáver, ni funeral ni entierro, no hay nada de nada. Siempre lo digo cuando critico cuestiones como estas en películas o novelas, llamadme puntillosa pero este punto del guion no me cuadra.
Por otro lado, el hilo que se desarrolla en el presente tiene poco sustento. Isabel es una periodista en prácticas pero, no ha puesto un pie en la redacción, cuando de repente decide emprender un viaje en busca de la noticia. Y no viajará sola, sino que la acompañará Carlos, un joven que tiene mucha vinculación con los sucesos del pasado. No se conocen absolutamente de nada y Carlos lo deja todo, de la noche a la mañana, para irse de viaje con Isabel. No sé, esta parte no me ha convencido mucho. Especialmente en su desenlace, que se me queda muy descafeinado. En cuanto al cierre de la historia amorosa, sí me ha parecido bonito, con la pega que comentaba antes, el hecho de que alguien muera sin consecuencias posteriores.
Y un detalle curioso. La película está basada en hechos reales. En un principio, pensé que se trataba de un filme inspirado en una novela. Tenía toda la pinta. Sin embargo, leo que la historia surge cuando el director encuentra unas esquelas en un periódico. En sensacine dicen: «Durante más de 20 años y cada 21 de marzo, José Luis Casaus enviaba a El País una esquela. Estas estaban dirigidas a su mujer Elena Lupiañez Salanova, quien falleció en 1994 de un cáncer de pulmón. En ellas, Casaus contaba a “Elenita” cómo le iba la vida y la de sus hijos. En 2019, como publicó Verne, decidió dejar de hacerlo». Puedes leer el artículo completo aquí.
¿Cómo son los personajes? Gonzalo es un hombre de mundo. Arquitecto de profesión, dejó su casa siendo muy joven para viajar a los lugares donde la arquitectura muestra su grandiosidad. Su deseo es dejar su impronta en este mundo, dejar su huella a través de sus edificaciones, que estarán en pie durante siglos. Ha visto cosas maravillosas en sus estancias en París y Roma, pero nada es comparable a lo que ve, vive y siente en Jerez. Esa tierra, ese estilo de vida, el aire, los aromas, y los sabores junto a Lucía, terminan por seducirlo.
En cuanto a Lucía, es una joven andaluza, hija única de la familia Vega. Pero no es la típica señorita andaluza de familia bien. Hernán tampoco lo es. Ambos son hijos de la tierra, saben que lo que hoy tienen es fruto del esfuerzo y del trabajo, y son los primeros en arremangarse para echar una mano. Por eso, veremos siempre a Lucía en ropa de trabajo, con el pelo recogido y las manos manchadas. Y cuando se case con Hernán, su vida seguirá siendo la misma, trabajo y esfuerzo, por lo menos hasta que lleguen los hijos. Aunque parece muy enamorada y feliz con Hernán, terminará entendiendo que su matrimonio no es más que una transacción comercial, en lugar de un amor nacido de forma natural entre los jóvenes.
En el reparto, nombres andaluces como Adelfa Calvo, Joaquín Núñez, María Espejo y Manuel Morón. Pero lo difícil es que una madrileña como Blanca Suárez, o un valenciano como Pablo Molinero suenen a gaditanos. Me temía lo peor. Es muy habitual que cuando un actor que no es andaluz tiene que imitar nuestro acento, el resultado sea un auténtico desastre lleno de exageraciones y expresiones que no calzan. Y no sé cómo lo habrán hecho pero me ha gustado Blanca Suárez. Le aplaudo la suavidad con la que se desliza por nuestro sibilante acento. Sin embargo, resulta paradójico que otros actores de esta tierra sobrecarguen su acento cuando no habría necesidad de ello.
No me extraña que, entre sus nominaciones figure el apartado musical. Su banda sonora recuerda a la de las grandes producciones, nostálgica y melódica. El responsable de estas melodías llenas de emoción es Federico Jusid. Me parecen un complemento perfecto para ver a los personajes paseando entre viñedos, o sumergidos en su amor, sobre las arenas de Trafalgar. Cierra la película en créditos el tema El verano que vivimos, cantado por el mismísimo Alejandro Sanz, nominada a Mejor Canción Original.
Las localizaciones nos llevan a Ferrol y a algunas ciudades más, aunque la parte principal, la historia de amor entre Gonzalo y Lucía, se sitúa principalmente en Jerez de la Frontera, con esas amplias extensiones de viñedos, sus casas señoriales, sus bodegas y esas playas gaditanas en las que cada año tienen lugar las famosas carreras de caballo. Impresiona las secuencias rodadas en el Faro de Trafalgar, hierático y solitario. Ahora bien, no todo en esta película es Cádiz, con esa luz tan maravillosa que queda atrapada en cada fotograma. El verano que vivimos también traslada la historia de amor de los jóvenes a un entorno de marismas que, si conoces bien Andalucía, adivinarás que corresponde a la zona de Huelva. En cualquier caso, la fotografía de esta película es preciosa, espectacular. He comentado la luz tan bella que tienen algunas secuencias, esos atardeceres infinitos en el los que todo se tiñe de una pátina dorada, como el mejor fino de Jerez. Incluso podemos llegar a percibir el olor a mar o de la uva Palomino, o el sabor del palo cortao.
En definitiva, El verano que vivimos es una preciosa historia de amor y venganza, un amor desbordado, incontrolable y eterno, que se mantiene vivo a lo largo de 40 años, a través de unos obituarios en forma de cartas de amor. Si te gusta el género romántico, vas a disfrutar mucho la historia. A mí me hizo pasar un par de horas muy entretenida, y disfruté no solo de la trama, sino también de los escenarios, la fotografía y la música. Ah, y me reí mucho con un guiño que se le hace a las rencillas entre los residentes de El cuervo y Trebujena, dos localidades de Cádiz. Cosillas que solo los de aquí vamos a llegar a entender.
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