El pasado 19 de febrero, se dio a conocer el fallo de la vigesimoquinta edición del Premio Primavera de Novela. Al ser una convocatoria especial, puesto que el premio alcanza su 25ª edición, editorial Espasa y Ámbito Cultural de El Corte Inglés convocaron, con carácter excepcional y único, el premio "25 Primaveras", para novelas escritas por autores menores de treinta años.
Reunido el jurado, se acordó conceder el Premio Primavera de Novela al periodista Pedro Simón por su novela Los ingratos. En el caso del Premio 25 Primaveras, el galardón recayó en Dimas Prychyslyy por su novela No hay gacelas en Finlandia.
Puedes ver la rueda de prensa en el siguiente vídeo:
Marisa G.- Lo primero de todo, felicitaros a los dos.
Ambos.- Muchas gracias.
M.G.- Y lo segundo, preguntaros qué os empuja a presentaros al premio.
Pedro S.- A mí las facturas. (Risas).
M.G.- (Risas) La sinceridad por delante.
P.S.- Bueno, ya en serio. He querido explorar esa otra faceta, porque yo soy periodista, que tiene que ver con un aliento estético, aunque creo que un reportaje tiene que tener también una intencionalidad estética. Me interesa que los reportajes emocionen. Pero quería probar esa otra cara y por eso me presenté a este premio.
M.G.- ¿Y tú, Dimas? Además, en tu caso, este premio es de convocatoria única y excepcional. Solo se ha convocado por festejar los veinticinco años del Premio Primavera de Novela.
Dimas P.- Bromas aparte, a mí lo que me impulsa a presentarme es el desempleo. Aunque sea con carácter excepcional, me alegro que se haya convocado un premio así, para menores de treinta años. Premios de estas características para jóvenes escritores no hay muchos.
M.G.- Pedro, tu novela mira al pasado. Dimas, la tuya mira al presente. En este sentido, ¿hay algo de novela generacional en ambas?
P.S.- Es una buena pregunta. Creo que las dos novelas hablan de la soledad y de las relaciones humanas, de cómo se pervierten. No creo en eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Cualquier tiempo pasado es diferente, y en cada tiempo nos relacionamos de modo distinto. Vengo de un mundo analógico, y nos hemos tenido que enfrentar a ese impacto de las pantallas. Somos los últimos bucardos que se relacionan tocándose, hablando sin pantalla líquida de por medio. De eso habla Los ingratos. Y creo que la de Dimas habla de lo que viene después de eso.
M.G.- De la otra cara de la moneda.
D.P.- Bueno, creo que la mía no es generacional en la medida en la que no describo una sola generación, sino que describo muchas. Es decir, una de las protagonistas tiene noventa y nueve años. Sin embargo, es cierto que la novela está contada desde el ahora más absoluto, mostrando cómo los personajes interactúan, unos con más aciertos que otros. Hay algunos que andan totalmente perdidos y han cambiado su forma de relacionarse. Por lo que he leído, la novela de Pedro tiene una pátina más nostálgica. En mi caso, no es así. Si algo tiene mi novela es la crítica. Me río de los nuevos usos amorosos, me río del patetismo millenials, del mamoneo hípster, y me rio de todo eso porque lo encuentro del todo inexplicable.
Sinopsis: 1975. A un pueblo de esa España que empieza a vaciarse llega la nueva maestra con sus hijos. El más pequeño es David. La vida del niño consiste en ir a la era, desollarse las rodillas, asomarse a un pozo sin brocal y viajar cerrando los ojos en el ultramarinos. Hasta que llega una cuidadora a casa y sus vidas cambiarán para siempre. De Emérita, David aprenderá todo lo que hay que saber sobre las cicatrices del cuerpo y las heridas del alma. Gracias al chico, ella recuperará algo que creyó haber perdido hace mucho.
Los ingratos es una emocionante novela sobre una generación que vivió en aquella España donde se viajaba sin cinturones de seguridad en un Simca y la comida no se tiraba porque no hacía tanto que se había pasado hambre. Un homenaje, entre la ternura y la culpa, a quienes nos acompañaron hasta aquí sin pedir nada a cambio.
M.G.- Pedro, en el dossier de prensa hablas de tres palabras que para mí son fundamentales, -por favor, perdón y gracia-, como si se hubieran desvalorizado en estos tiempos.
P.S.- Si. Puedes tener mucho dinero, una casa enorme y una trayectoria profesional brillante pero, en realidad, lo que tienes de verdad es lo que te han enseñado en casa, la educación con la que has crecido. Seguramente, eso tiene mucho que ver con una forma de educar mucho menos blandiblú que la que se emplea ahora, con un modelo de enseñanza menos «osito de peluche», con unos tiempos en los que el esfuerzo tenía mucho más sentido. Y a esas tres palabras que mencionas, añadiría otra: austeridad. Los que nacimos en los 70 nos criamos con austeridad, pero no una austeridad relacionada con la cicatería, sino con la generosidad. Se trata de educar a los tuyos para que sean más con menos. Que puedan crecer y desarrollarse siendo felices, teniendo menos pasta. Viendo las oportunidades que tienen hoy los jóvenes o los adolescentes, y la pinta que tiene esto, que no es muy buena, o sacamos la austeridad de la caja y la ponemos sobre la mesa para educar a los jóvenes como se debe o creo que, si seguimos así, no le hacemos ningún favor.
M.G.- Dimas, tú eres bastante más joven que nosotros. ¿Estás de acuerdo con las palabras de Pedro?
D.M.- Estoy totalmente de acuerdo. Veníamos hablando en el tren precisamente sobre la exigencia. Mi generación es bastante descafeinada. ¿Cómo no se le va a exigir a los niños en los colegios y a los jóvenes en la universidad? A esa falta de exigencia se le unen esas expectativas tan desmesuradas que nos han creado. Nuestra generación no ha crecido con esa austeridad, en sentido positivo, que comenta Pedro. A mí me han dicho que yo iba a ser más rico que mis padres, que iba a tener un trabajo mejor que el de mi padre,... Lo que somos es una generación hiperformada, pero también maleducada. Tampoco sabemos lo que es la resignación. Yo me planto hoy con mis dos carreras, mi máster y mi tesis doctoral para doblar camisas en el Zara y eso se lleva muy mal. Dar gracias por eso, no. Y perdón, pues que nos lo pidan a nosotros. Nos han criado con unas expectativas que luego no se corresponden con la realidad que nos ha tocado vivir. ¿Es un error de los padres? Muy seguramente porque el progreso tiene un tope.
Por otra parte, opino que las cosas que se enseñan en casa hay que tamizarlas y pasarlas por el embudo de la actualidad. Esto es algo que planteo mucho en la novela. Por ejemplo, una persona transexual, criada en una familia conservadora del barrio de Salamanca, lo va a pasar mal. En una situación así, esa persona se tiene que rebelar por mucho que quiera a su familia. Si tu familia predica algo que va en contra de lo que tú eres, tienes que cortar lazos con la familia. La familia no es esa institución sagrada que nos venden. Tiene que haber flexibilidad por ambas partes.
M.G.- Por cierto, Dimas, el título de tu novela es muy llamativo. Leo que surge de manera casual, en una conversación con tu pareja, y que esconde una metáfora.
D.M.- Sí, es una metáfora de la libertad, de esto que estamos hablando, de decidir irte de tu núcleo familiar porque no te aceptan como transexual, o como persona que quiere progresar. Este título simboliza también la rareza. Obviamente no hay gacelas en Finlandia, pero en cuanto pronuncias esa frase, lo primero que se te viene a la mente es la imagen de una gacela corriendo por Helsinki.
M.G.- Pedro vuelves tu mirada al mundo rural a través de David, hijo de una maestra de pueblo. Hace décadas, la gente se iba de los pueblos a las ciudades. ¿Ahora no estamos viviendo lo contrario? ¿No hay como un éxodo y la gente está apostando más por el entorno rural?
P.S.- El libro cuenta la historia de una familia que vive en el ámbito rural, condenada, y subrayo lo de condenada, a terminar en la ciudad. Y subrayo lo de condenada porque aquello termina siendo una estafa por muchos motivos. Principalmente porque no había oportunidades para todos. Ahora mismo, nos hemos dado cuenta de que salimos muy rápido de esos ambientes y, de algún modo, estamos pensando en volver. El problema está en que no sé si hemos preparado bien la vuelta. No idealizo el mundo rural porque son sitios complicados en los que vivir. En un pueblo de Zamora, que a las 5 de la tarde sea ya de noche, no haya nada que hacer y no te cruces a nadie por la calle, es una cosa dura. El futuro de los pueblos está en que repiensen los que viven en los pueblos y no los que vamos a pasar el fin de semana y vemos el pueblo como un parque temático.
De todos modos, y lo he dicho muchas veces, seguramente el verano más feliz que hemos pasado en nuestra vida fue aquel del pueblo. Solo por eso, los pueblos deberían ser declarados santuarios de felicidad.
M.G.- Los mejores veranos de mi vida los he pasado en un pueblo.
P.S.- ¡Lo sabía!
M.G.- Rodeada de olivos. Me lo pasaba pipa andando por el campo.
Dimas, sobre tu novela se habla de hiperconexión y soledad, un contraste brutal, pero es una realidad.
D.P.- Una realidad, sí. Parece contradictorio pero es así. Las redes sociales e Internet es una forma relativamente nueva de combatir la soledad. La soledad no ha cambiado, pero sí se ha incorporado esta forma de combatirla. Esta es la cuestión que abordo en la novela.
M.G.- ¿Y esa soledad es la que une a toda esta red de personajes?
D.P.- Sí, exacto. Además, hay que tener en cuenta la deformación de conceptos como la amistad, la compañía,... Es algo que hemos vivido durante el confinamiento. Yo no colgaba el teléfono en todo el día. En aquellos meses hablé hasta con gente de la que no sabía nada desde hace muchos años. Y tienes la sensación de estar acompañado pero, en realidad, estaba haciendo el gilipollas, con perdón. Es que estaba solo en casa, delante de una pantalla. Esa es un tipo de soledad.
M.G.- Estamos enganchados a las pantallas.
D.P.- Esa es la palabra, enganchados. A mí el móvil me da ansiedad. Tengo que estar mirándolo constantemente, aunque no haya sonado, ni me haya escrito nadie.
P.S.- Los chavales de hoy en día lo tienen más complicado que nosotros por todo esto. Hay más facilidades para que se generen comportamientos adictivos. No sé qué consecuencias tendrá esto. Lo veremos dentro de quince o veinte años. Mi hijo, que tiene dieciséis años, me pidió el otro día que le volviera a poner la aplicación para controlarle el tiempo que pasa con el móvil. Él mismo se dio cuenta y creo que ahí está la clave. Da igual las campañas de publicidad, lo que le digan los padres, o los dispositivos capados, lo único es que ellos se dan cuenta de que ese mundo les quita tiempo para otras cosas.
M.G.- Pero Pedro, que el problema se está extendiendo a los adultos.
P.S.- Sí, tenemos un cuelgue también.
M.G.- Bueno, hablemos de los personajes. En tu novela hay uno que me encanta. La madre de David es la señorita Mercedes. Yo he tenido una señorita Mercedes en mi vida y quizá por eso me gusta tanto.
P.S.- Es la maestra. Mi madre era maestra rural. Mientras que otro hermano se quedaba en Madrid, mi hermana y yo nos íbamos con mi madre a vivir al pueblo que fuera. Mi madre no era tan moderna como la de la novela pero fue tan pionera como ella. De algún modo era muy exótico que una mujer, en los años 70, trabajara en esta España nuestra. Eran mujeres que se sacaban el carnet de conducir, mujeres que llevaban pelucas, simplemente por cambiar de aspecto. Era algo que se llevaba. Tenían un sentido de la cultura un tanto elevado, empezaban a conocer idiomas. Ese viaje que estas maestras hacían, destino rural a destino rural, era una manera de inmolarse, para aportar un futuro mejor a sus hijos. Luego hablaban en el pueblo de que a su hijo le iba fenomenal en la capital. Ese era realmente el triunfo de estas mujeres. Por eso esta novela se llama Los ingratos porque en nuestras vidas siempre hubo mujeres que estuvieron ahí y que, sordamente, han conseguido que, por ejemplo, hoy estemos reunidos aquí los tres.
M.G.- Hemos valorado muy poco a esas generaciones que lo han dado todo. Nos hemos dado cuenta ahora con todas esas personas mayores que han fallecido.
P.S.- Así es.
Sinopsis: Mario, dependiente de una librería y recién despedido, pasa las ocho horas de su jornada no laboral en el metro. Ha encontrado en el suelo de un vagón un papel con algo escrito: la lista de la última compra que uno hace en la vida. Tiene que verlo Damián, aspirante a escritor en los ochenta, que decide solicitar la ayuda de Claudia, cuyo trabajo es suplantar a algunos autores en sus redes sociales. Hay una marca en el papel que le resulta familiar y… Aquí empieza la búsqueda que los llevará hasta Olvido, bibliotecaria cómplice; a Aurelio, comisario de policía letraherido, y a Ástrid Lehrer, personaje en busca de autor.
Y mientras estos personajes «que no son capaces de separar el disfrute que les da la ficción del disfrute que les da hurgar en las vidas ajenas» se dedican a hacer de detectives salvajes, Misha batalla con su identidad sexual; su M., Isolina, con el abandono a través de una malsana relación con la comida que comparte con Antonio y Bea, y Zhora, encerrado en su casa, se ha bajado del mundo. Muy cerca de él vive Mar, una anciana de 99 años, contrapunto de paz y comprensión en el que encuentran consuelo los perdidos. Incluido el lector.
No hay gacelas en Finlandia es más que una novela: es, además, un puzle con toques de Valle pero a lo Burroughs pasado por Bolaño, que el lector ha de construir con la convicción de que la lectura es una sutil forma de violencia y de que todos, personajes, autor y lectores, somos trozos de papel en recipientes de vidrio.
M.G.- Y Dimas, en tu caso, expones una galería de personajes muy extensa. A mí me ha llamado la atención Claudia, por su vinculación con las nuevas tecnologías, especialmente con Twitter. Sinceramente, para mí, Twitter es muchas veces un nido de víboras.
D.P.- Es lo que es. De un tiempo a esta parte, se habla mucho del síndrome del impostor. Es algo muy de mi generación. Hoy en día, decir que sufres de síndrome del impostor te da cierto caché pero claro, es una forma de redefinir las inseguridades de una generación. Claudia juega a esto. Ella imposta cuentas ajenas de una serie de escritores, que nos pueden recordar a algunos conocidos. Y también lleva cuentas de gente como yo, que acaba de saltar al panorama literario. Ella lo que hace es meterlos en problemas, creando polémica para que los mensajes se viralicen y los personajes tengan algún tipo de relevancia, aunque sea a través de la polémica. Claudia disfruta mucho con todo esto. Se siente muy cómoda en la máscara, opera desde las tinieblas, todo lo contrario de lo que le ocurre a otras personas, que necesitan darse a conocer y construir su identidad.
M.G.- Los temas de una novela y otra son muy distintos. En tu caso, Pedro, la novela habla del paso a la edad adulta, la desigualdad, el mundo rural... En el caso de Dimas, su novela habla de la soledad, las nuevas tecnologías, las relaciones,... Pero en ambas novelas se habla de sexo. En Los ingratos, encontramos la iniciación sexual. En Gacelas... aparece la identidad sexual.
P.S.- Sí, la niñez son los años de descubrimiento, mientras que la adolescencia son los años de las primeras decepciones. Hay cosas que a los niños les da miedo, que tienen que ver con las zonas grises, con las que no ven. En la novela, esa iniciación sexual es muy ingenua. Es como aquella paga que te daban y la gastabas en pagarle a Sarita por enseñarte el culo. Cosas de este tipo. Recuerdo todo aquello con mucha nostalgia. No quiero parecer viejuno, pero antes pensábamos que los pueblos eran algo muy peligroso porque los pozos no tenían brocal, pero a mí me resultan mucho más peligrosas ciertas situaciones actuales. Imagínate, ese sábado por la mañana, con un sol maravilloso que entra por la ventana, escuchando a Mahler mientras tu hijo, con diez años, está sentado en el sofá, enganchado al móvil, y viendo pornografía, que no va a entender, o viendo cómo degollan a un niño. Eso es como darle un plato de callos a un bebé de dos meses. No lo puede digerir porque no tiene estómago para eso.Los peligros de hoy son más jodidos porque son menos obvios y, por lo tanto, son más ineludibles que los de los años 70. Hoy todo es más sutil, más escurridizo, más líquido y por eso es más jodido ser joven hoy.
M.G.- Y en tu caso, Dimas, tenemos a ese personaje y su identidad sexual.
D.P.- Sí, y no solo la identidad sexual, sino la identidad de género. Ese es el problema de Misha. Su madre, con unos sesenta años, no lo sabe encajar y, sin embargo, la tía abuela, que es un mujer de noventa y nueve, es capaz de asimilarlo sin problemas. Aunque no sabe si referirse a ella en masculino o femenino, al menos le pregunta. Es la curiosidad y la necesidad de aprender lo que distingue a estos dos personajes. No se trata de tolerar, sino de interesarse.
M.G.- Antes has comentado, Dimas, que en tu novela te ríes de muchas cosas. El humor en Gacelas... es trasfondo, elemento de apoyo,... ¿Qué peso tiene el humor en el libro?
D.P.- Hay personajes que son muy humorísticos, por ejemplo, esa mujer de noventa y nueve años, que te digo.
M.G.- Construyendo ese personaje te lo has tenido que pasar muy bien.
D.P.- Sí, sí,... No sabría decirte por qué. Quizá sea porque para mí es una figura ausente. Yo no he tenido una abuela pero me divierte mucho la gente mayor. Me parecen muy divertidas todas esas personas que ya vienen de vuelta de todo, que hacen y dicen lo que quieren. Esa mujer está inspirada en distintas personas que conozco y tiene cualidades que he tomado prestadas de personas reales.
M.G.- Para terminar, Pedro, ¿siempre seremos unos ingratos?
P.S.- Sí. Creo que es algo muy natural. Tampoco hay que rasgarse las vestiduras. Son ingratitudes condenadas a repetirse, de generación en generación. Lo único es que tenemos que racionalizarlo y saber que tenemos que dar las gracias antes de que sea tarde. Cuando hablo con mis amigos, antes de colgar el teléfono, les digo que los quiero. Y a mi madre se lo digo de vez en cuando, aunque suene cursi. Trato de hacer esa gimnasia. No quiero llegar a un tanatorio y pensar que tenía que haber dicho más te quiero.
M.G.- Para luego es tarde. Bueno, chicos, muchas gracias por este ratito. Felicidades de nuevo.
P.S.- Gracias a ti.
D.P.- Gracias.