«El nudo en la garganta, ese que lleva días impidiendo que duerma por las noches, se hace más intenso. Pero la razón está de su parte. Está haciendo lo correcto. A sus dieciocho años ha llegado el momento de plantar cara a los intolerantes y demostrarles que sus gritos e insultos no van a amedrentarla». [pág. 11-12]
Este es uno de los primeros párrafos que ponemos leer en la última y nueva novela de Ibon Martín, La hora de las gaviotas. Leído fuera de contexto se podría aplicar a muchas circunstancias distintas. Y aunque no se especifica, os diré que ese pensamiento parte de la cabeza de una mujer, una joven -dieciocho años- que está dispuesta a luchar contra la intolerancia. Esa chica, en la novela de Martín, es Maitane, una de las hondarribitarras que ha puesto pie en pared, que lucha contra los puntales de una tradición que sí, que se remonta al siglo XVII, pero que no se ha adaptado a los nuevos tiempos. Porque, en Hondarribia, cada 8 de septiembre se celebra el Alarde, una festividad de la que ya os hablé aquí, justo cuando publiqué la entrevista con el autor. Os hablé del desfile tradicional en el que solo participan los hombres. Os hablé del desfile mixto, en el que se incorporan mujeres, pero que son obligadas a desfilar aparte y media hora antes de que lo haga la comitiva tradicional. Os hablé de unos plásticos negros que el público asistente alza en el aire para boicotear el paso de las mujeres. Os hablé de los gritos, de los insultos, del desprecio. En definitiva, os hablé de una situación que, para una persona de estos tiempos, resulta totalmente incomprensible.
Y en este contexto de festividad, en el que todo debería ser alegría y júbilo, se producen escenas dantescas de violencia y misoginia. El 8 de septiembre es una fecha marcada en negro en el calendario de Hondarribia y con esa atmósfera de crispación e intolerancia como fondo, Ibon Martín desarrolla una trama negra, un nuevo caso para los miembros de la UHI, la Unidad de Homicidios de Impacto, capitaneada esta vez por Ane Cestero, con Julia Lizardi como mano derecha, y Aitor Goenaga. Madrazo, el superior jerárquico, está en otros menesteres de los que luego os hablaré. Estos son los mismos personajes que ya protagonizaron la novela anterior de Martín, La danza de los tulipanes. Es por ello que cabe decir que estamos ante una nueva entrega de esta unidad de la Ertzaintza. Pero no temáis porqueLa hora de las gaviotas se puede leer con absoluta independencia, sin necesidad de haber leído la anterior. Ese ha sido mi caso, y he disfrutado de la lectura de esta novela como si fuera una obra autónoma. Os cuento un poco la trama.
Durante la celebración del Alarde, cuando la Ertzaintza ha desplegado todo un dispositivo de control por los diversos altercados que siempre se producen en esta celebración, se comete un asesinato. Camila, una de las mujeres que forma parte del desfile mixto, muere tras recibir una puñalada. Inmediatamente, Ane y todo su equipo se pone en marcha. Lo primero es hablar con el círculo más cercano de la víctima y localizar al dueño del cuchillo de buceo con el que se asestó la puñalada. Sin embargo, lo que parece un crimen contra la mujer, pronto se convierte en algo que va mucho más allá. El hallazgo de un cuaderno lleno de datos incomprensibles, el incendio provocado de un barco, propiedad de una de las familias más adineradas de la zona, y de un caserío en Biriatu, unas pintadas amenazantes, más un par de desapariciones y otros sucesos varios, dibujan un entramado en el que hay varias ramificaciones, por lo que la investigación se tendrá que vertebrar en distintas líneas.
¿Quién es el asesino o asesinos?¿Están todos los hechos luctuosos conectados? Ante nosotros se despliega todo un rosario de posibles sospechosos. El juego está servido y el lector irá manejando las pistas de las que dispone para encontrar al culpable. Como punto a favor de la novela, diré que el desenlace no me lo esperaba. Ni se me pasó por la cabeza quién estaba detrás de todo, así que me llevé una buena sorpresa.
Esporádicamente, los capítulos que se centran en la investigación del crimen, se alternan con otros protagonizados únicamente por Madrazo. El oficial de la Ertzaintza se ha tomado unos días de vacaciones y está haciendo el Camino de Santiago en solitario. Lo que podía ser un peregrinaje como experiencia, en realidad esconde algo más. Madrazo carga con un peso que le cuesta soportar. El viaje hasta Santiago, o hasta donde sea que se dirige, es su manera de saldar una deuda. Aunque Ane lo reclama una y mil veces para que regrese a Hondarribia y prestar su ayuda al caso, Madrazo se mantiene firme en su propósito, algo que Ane no entiende, y esto provocará más de un roce entre ambos.
«Sabía que su viaje no iba a ser fácil de explicar a quienes mejor le conocen». [pág. 25]
El tema central de esta novela es el maltrato y la violencia contra la mujer, en todas sus vertientes. Al margen del típico caso doméstico, en el que una mujer es vejada y maltratada por su pareja varón, se puede ejercer violencia de género en otros ámbitos, como en el laboral o en el institucional,... Lo que más me gusta de esta novela es su nivel de denuncia. Ibon toma como punto de partida los sucesos que acontecen cada año en el Alarde para poner ante nuestras narices unos hechos absolutamente insólitos. Lo que ocurre en Hondarribia parece sacado de siglos pasados o pertenecer a la ciencia ficción. Lo más sangrante es que, entre ese selecto grupo de intolerantes, también hay mujeres, algo que me resulta del todo inconcebible. Es decir, que nos tiramos piedras sobre nuestro propio tejado. Y es que las tradiciones están muy bien, pero los tiempos cambian y hay que amoldarse a las nuevas eras, algo que no todo el mundo parece entender.
Y esa denuncia de la que os hablo también se hace extensible a las instituciones. La novela nos va a permitir ver que el sistema no funciona, que podemos tener casos de violencia contra la mujer delante de nuestras narices pero no se hace nada, o lo que se hace es insuficiente. Vamos a ver en la novela cómo fallan los protocolos. Actuar cuando ya se ha perpetrado un asesinato por violencia de género no es suficiente. Hay que adoptar medidas previas, impedir que la cosa llegue a mayores, pero es ahí donde está el fallo, en la inexistencia o la mala gestión de mecanismos de control previo. Sobre este punto, también reflexionará Ane.
Por otra parte, otras cuestiones que se abordan en el libro son el tráfico de drogas o la trata de blancas. La explotación sexual también tendrá su parte de protagonismo en esta historia que, como dije antes, esconde más de lo que, a priori, podríamos sospechar. Pero estando en el País Vasco, y aunque la trama se desarrolla durante 2019, la sombra de ETA sigue siendo muy alargada. Algo, relacionado con la banda terrorista, atormenta a uno de los personajes. Me ha gustado mucho esta parte, aunque ocupa bastante menos que toda la investigación criminal que lleva a cabo Cestero y su equipo.
Y también me gustan las novelas que me hacen viajar a sus escenarios, que me cuentan cómo son los lugares en los que transcurren los hechos, que me hablen de cultura, historia, anécdotas y leyendas. Hondarribia y todos los pueblos de alrededor tienen gran protagonismo. En estas páginas se habla de la cala de los frailes, del cabo de Híguer, del castillo de Abadía, del monte Jaizkibel o de las minas de Aiako Harria. Son lugares que podemos situar en el mapa que viene en las guardas delanteras y que nos permiten ubicarnos. Pero de Hondarribia también se habla de su industria. Interesantísimo todo lo que se cuenta sobre las algas rojas o sobre la producción de vino submarino, ese txacoli «madurado durante seis meses bajo el mar entre las olas del cabo de Híguer».
No puedo olvidarme de la mitología vasca, tan apasionante como todas esas leyendas y mitos que recorren la cornisa cantábrica. En la novela vamos a ver a Ane luciendo un tatuaje en el cuello, «una representación de la diosa Mari y de Sugaar, la culebra macho que la mitología vasca empareja con ella». También conoceremos una curiosa formación geográfica, dos rocas gemelas en la playa de Ondarraitz (Hendaia), de la que la mitología cuenta que «fueron lanzadas por un gigantesco gentil que trataba de destruir la catedral de Baiona».
Por último, Ane forma parte de un grupo musical, junto con sus amigas Olaia y Nagore. La formación lleva por nombre The Lamiak, en referencia a las lamias, entes femeninos que viven en cuevas o ríos. Entre el clima, los pueblos pequeños y la mitología se conforma una atmósfera idónea para que el lector se sienta parte integrante de la trama.
Los personajes arrastran lastre del pasado. Algunas de sus preocupaciones o problemas ya tuvieron un desarrollo previo en La danza de los tulipanes pero, en caso de no haber leído la novela anterior, Ibon Martín se encarga de ponernos en antecedentes. En el caso de Ane, podríamos decir que es una mujer de su tiempo, actual, valiente, arrojada, pero que se esconde tras una coraza, una armadura que luce desde la adolescencia, y de la que solo deja ver algunos piercings y tatuajes. Lo que a Ane le ocurre se extiende mucho más allá de la novela previa, y tendrá que ver con sus años más jóvenes y más vulnerables. Lo que le sucedió tiene mucha vinculación con el tipo de trabajo que desempeña, con el caso que tiene en las manos. Ane se sube por las paredes, está rabiosa, marcada, y eso provoca que a veces se comporte de forma violenta y pierda el control. Ha tenido más de un altercado, por eso piensa que, si vuelve a liarla, la echarán del cuerpo. A eso se suma que es un poco irreverente con el protocolo, saltándose los límites que le marca su profesión y el cargo que ocupa.
Su madre es un punto débil. Es una mujer que no lo ha pasado bien y que necesita ayuda. Por eso hay que estar a su lado, apoyarla y ampararla, aunque a Ane no le resulta fácil compaginar el cuidado de la madre con su trabajo. No es de extrañar. En realidad, la inspectora no parece muy unida a su progenitora. Prefiere volcarse en sus amigas, en Olaia y Nagore, las que para ella constituyen un verdadero refugio. La relación entre Ane y sus amigas será muy intensa y también muy traumática.
A Julia le pasa algo similar. Arrastra una preocupación desde la novela anterior, un asunto personal relacionado con su nacimiento, que la perturba. Es importante saber de dónde venimos y Julia siente el deseo de conocer sus orígenes para sentirse en paz. La joven, un tanto solitaria, tiene una conexión muy potente con el mar. Hace surf y a través de ella conoceremos algo más de esta práctica deportiva.
Con un total de 79 capítulos cortos, y narrado en tercera persona, La hora de las gaviotas ha supuesto una buena lectura negra. No le falta la intriga ni el suspense. Esto último no se circunscribe únicamente a la investigación criminal sino que, el mismo hilo que protagoniza Madrazo esconde una buena dosis de misterio. ¿A quién quiere localizar el inspector y por qué? Mi estreno con la narrativa de Ibon Martín ha sido muy satisfactorio. Me ha gustado mucho andar literariamente por el norte, conocer a Ane y a Julia, y perderme por esas tierras tan hermosas, pero que también tienen cosas que ocultar. Sin duda, esperaré un nuevo encuentro con los miembros de la UHI.
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
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