Autor
Alejandro Palomas (Barcelona, 1967) es licenciado en Filología Inglesa y máster en poética por el New College de San Francisco. Ha compaginado el periodismo con la traducción de importantes autores y con la poesía (Quiero y Una flor). Entre otras, ha publicado las novelas El alma del mundo, Agua cerrada y El tiempo que nos une. En 2016 recibió el Premio Nacional de Literatura Juvenil por Un hijo, cuya secuela, Un secreto, se publicó en 2019. La exitosa trilogía Una madre, Un perro y Un amor (Premio Nadal 2018) retrata a una familia que ha enamorado a miles de lectores. Con Un país con tu nombre (Destino, 2021) inicia un nuevo universo literario. Su obra ha sido llevada al cine y al teatro y se ha traducido a más de veinte lenguas.
Sinopsis
Jon, cuidador de elefantes en el zoo, y Edith, viuda que vive con sus once gatos, son los únicos habitantes de una aldea abandonada. Vecinos solitarios primero y ahora buenos amigos, no imaginan que la noche en que la veleta del viejo campanario gira sobre sí misma, el ojo del tiempo se posa sobre la aldea y la vida de ambos está a punto de girar con ella.
La llegada de la primavera trae consigo una inesperada decisión por parte de la dirección del zoo, a la que se suma un perturbador anuncio: el Ayuntamiento al que pertenece la aldea restaurará la casona en ruinas del lago para convertirla en hotel rural. La doble noticia cambiará de golpe las vidas de Jon y Edith, empujándolos a dar un paso hasta entonces tímidamente contemplado.
La amistad entre Jon y una callada elefanta llamada Susi, la relación entre Edith y su hija Violeta, desencontradas durante décadas, y una hora de la noche —«la hora trémula»— en la que pasa todo y todo queda conforman Un país con tu nombre: una historia sobre el amor en mayúsculas, la honestidad con los propios sueños y sobre la libertad llevada a su expresión más pura.
[Información tomada directamente de la web de la editorial]
Hay novelas de las que cuesta mucho hablar. La incapacidad no deriva de la falta de datos, emociones o sensaciones que uno quiere transmitir sino de hacerlo con el orden y la nitidez que la obra requiere. Meterse de ello en una novela de Alejandro Palomas es tener la certeza de terminar vapuleado por un tsunami de conmociones. ¿Cómo contar todo lo que nos hace sentir con sus libros? No lo sé. Reviso mis notas, trato de ordenarlas esquemáticamente sin encontrar un bosquejo satisfactorio. Realmente no sé por dónde empezar porque las novelas de Alejandro Palomas constituyen un todo, un universo imposible de fragmentar.
Con esta mezcla de desazón y plenitud a la vez vengo hoy a hablaros de Un país con tu nombre, una novela con la que otros lectores se han deshecho en halagos. No es para menos. Me uno a todas esas sensaciones maravillosas que otros han sentido. Pero, si me preguntaras de qué va la novela, te diría que, si nos atenemos a la superficialidad de su trama, se podría decir que Un país con tu nombre narra la historia de dos seres solitarios, de Edith y de Jon. Ambos viven en una aldea abandonada, alejados del asfalto, el ruido, las prisas, los nervios y el runrún diario. Pero esta novela llega mucho más lejos.
Edith
Tiene setenta y seis años, y once gatos. Durante diecinueve años fue la esposa de un abogado belga «que ordenaba los calzoncillos por colores y a las amantes por edades». De aquella relación nació Violeta, lo único bueno que le queda de aquellos años. Porque el verdadero amor lo ha vivido con Andrea, otra abogada, con la que mantuvo una relación durante veintiséis años, hasta que esta falleció no hace tanto.
«... a mi esa capacidad de vivir como si la vida fuera lo de menos era lo primero que me había enamorado de ella y lo que siguió enamorándome hasta que ya no estuvo». [pág. 15]
Desde entonces Edith está sola. A pesar de que Andrea le pidió que no se quedara en aquella aldea cuando ella falleciera, no ha querido alejarse de esa vieja rectoría rehabilitada en hogar, o no ha sabido cómo dejar atrás un lugar en el que ha sido tan feliz, y en el que ha estado residiendo durante treinta años.
Hasta hace muy poco, solo tenía a Violeta, esa hija que ronda la cincuentena, y vive en Noruega, con la que conversa telefónicamente en ocasiones. Madre e hija tienen la típica relación de ni-contigo-ni-sin-ti que muchas hijas hemos tenido con nuestras madres. Violeta sufre a su madre en la distancia. Y la madre también tiene que soportar los enveses de su hija. Pero bajo esos desencuentros hay un profundo amor.
Jon
Tiene cincuenta y nueve años. Se mudó a aquella aldea con su hermana Mer hace tres, justo cuando Edith llevaba ya dos de viudedad. De todos modos, Mer no se quedó en aquel lugar mucho tiempo. Profesora en la universidad, y científica de profesión, a veces emprende largos viajes por el mundo para estudiar colonias de animales, lo mismo da que sean pingüinos que caimanes. En cambio Jon tiene un trabajo más estable, como veterinario en un zoo. Como cuidador de elefantes, cada día coge su moto para abandonar el bosque y meterse en el hormigón. No le importa demasiado porque trabaja en el mejor lugar de la ciudad, donde «el ruido es otro y el aire también».
«Mi destino es una pequeña república independiente encajonada en el meollo de la red gris de calles y avenidas: un planeta mínimo poblado de cientos de vidas que nadie muralla de ladrillos, seto y alambre». [pág. 27]
Y en ese reducto, Jon tiene una misión, la de cuidar a la elefanta Susi, con la que establecerá un vínculo especial. En su trabajo también conocerá a Suzume, una niña asiática que acude al zoo todos los días con la tarea de contar flamencos, y cuyas sentencias caen en Jon y en el lector como auténticos obuses. Suzume es de esos personas que se meten dentro para siempre, en cuyo interior habita todo un abismo, un pozo terriblemente negro. Porque Suzume no lo sabe pero está marcada. Jon, también. De hecho, su nombre es Jonás pero lo acortó en Jon cuando sufrió una repentina tartamudez, tras vivir una experiencia traumática a los siete años de edad.
Edith y Jon
Así pues tenemos dos personajes que no son tan distintos como parecen. No voy a desvelarte en qué se parecen esta mujer y este hombre, qué nexos tienen en común porque sería darte demasiados detalles de la trama. Lo único que te puedo adelantar es que un día, por un hecho fortuito, unirán sus vidas y emprenderán juntos un camino hasta un desenlace que viene a corroborar que nunca, nunca es tarde. Para casi nada.
¿Qué me ha gustado de esta novela?
Le comentaba a Alejandro en una conversación que mantuvimos en septiembre (puedes leerla aquí) que me costó un poco entrar en la historia. En Un país con tu nombre los personajes guardan secretos, se reservan una parte de la verdad, cada uno amparado en sus propios motivos. En este sentido, a la novela no le falta su dosis de suspense, aspecto que enriquece toda historia. Sin embargo, y a medida que avanzaba en la lectura, empecé a sentir que el autor se demoraba demasiado en desvelar alguna brizna de esa intriga que sobrevuela toda la historia. Confieso que en algún momento me paré y pregunté en voz alta: Pero, ¿cuándo me vas a contar algo, que ya estoy llegando al final? Y en esa última página entendí que no importaba la meta, sino el camino. Dice Alejandro Palomas, y no le falta razón, que «lo que yo pretendo es que disfrutes del recorrido, que te pares cuando quieras, que mires, que respires, que pienses y me sientas muy cerca. En mis novelas estoy cerca de ti constantemente, preguntándote, mirándote, empujándote,...»
Por otra parte,Un país con tu nombre aborda a través de sus personajes temas de mucha profundidad, que te hacen reflexionar sobre ti mismo o sobre la sociedad en la que vivimos. De entrada, y como suele ocurrir en sus novelas, el autor nos habla del amor en toda su extensión. No hay fuerza más poderosa que el amor, al menos, no la hay en las novelas de Alejandro Palomas. Y ese amor abarca a todos, y a cada uno de los seres vivos de esta historia. El lector se enfrentará al amor de pareja, al materno-filial, al fraternal, al amor entre amigos y al que podamos sentir por los animales. Incluso, se tocará el amor que estos últimos pueden sentir por un ser humano. ¿Quién no se ha sentido querido por su gato, su perro, o su elefante? Lo que Jon va experimentar con Susi es fruto de esa unión y ese compromiso que adquirimos con los animales. Por eso, esta novela se convierte también en un alegato en contra de los zoológicos. El propio autor quiere concienciar al lector de la realidad que se vive en estos lugares, y lo hace a través de sus testimonios en las entrevistas que concede, pero también a través de diversos pasajes de esta novela, como el que sigue:
«No hay más que ver a Freddy, el rinoceronte, conviviendo con su propia sombra en el limbo de su foso. quieto durante horas, con la cabeza gacha y la mirada perdida en la pared, como si quisiera leer en ella los porqués y para qué de su historia, esa mirada que muchos tienen en el zoo y que nadie quiere ver, ni quienes los atendeos ni las familias que traen a sus niños a pasar el día entre unos animales que no entienden que los miren por ser lo que son, que no saben descifrar esas risas ni esa curiosidad que a algunos de ellos les recuerdan infiernos pasados en circos, jaulas y peceras». [pág. 201]
Y siguiendo con la línea de temas, hay que señalar que el autor ahonda en la soledad, en la que viven Jon y Edith, unida además a la pérdida de un ser querido, a ese duelo con el que cada uno lidiamos a nuestra manera. En esta novela más de un personaje tendrá que despedirse definitivamente de alguien a quien ama. Todo el que haya pasado por ese trance sabrá lo complicado que es levantarte un día con un agujero en el pecho y una profunda sensación de vacío. Edith trata de recomponerse cada día por la ausencia de Andrea, a la que recuerda constantemente, en un intento de no olvidar jamás, de volver a traerla a su lado. De duelo también sabe Palomas tras la pérdida de su madre a la que él, y me atrevería a decir también los lectores, estaba tan unido. Por eso creo que esos pasajes en los que se habla del dolor por el adiós son especialmente vívidos y emocionantes, porque son fruto de la experiencia propia. Y por eso, los que hoy somos huérfanos, podemos vernos reflejados en el dolor de los personajes con una claridad meridiana.
Pero si hay un tema que sobresale sobre todos los demás es la lucha por los sueños. No importa la edad que tengas, no importa cuál sea tu situación personal, dónde vivas o con quién. Si tienes un sueño, ve a por él. No hay nada más ilusionante que emprender un proyecto, comenzar a dar los primeros pasos hacia ese objetivo que tenemos en mente, poniendo todo de nuestra parte y sin tirar la toalla. Sobre sueños saben mucho los personajes de esta historia, y se aferrarán a ellos para salir del atolladero emocional en el que estaban hundidos.
Las citas de la novela
Son varias las citas que os he ido dejando porque todas ellas os pueden ayudar a haceros una idea de lo que contiene este libro. ¡Y qué trabajo me ha costado no ir subrayando frases aquí y allá! No acostumbro a mancillar las páginas de una novela. Si veo una frase que me gusta, paro la lectura y la anoto en el bloc. Pero con Un país con tu nombre era prácticamente imposible. A cada pocos párrafos sentía un puñetazo en el estómago, una presión en el esternón o me asomaba una sonrisa dulce en los labios. Estoy convencida de que cada uno de los lectores de esta novela tendrá sus propias citas, aquellas que, según sus circunstancias personales, dibujen mejor su trayectoria vital o su existencia. Estas son las mías:
«Sabía porque lo había vivido antes con mamá, que discutir con quien ya se va es sumar un nudo al recuerdo que habrá de llegar y que esos nudos se ulceran y atoran el duelo». [pág. 16]
¿Hay mejor modo de expresar el arrepentimiento que sentimos al recordar cómo nos comportamos con quien ya no está? No somos conscientes de que la vida es finita, de que los que amamos no estarán un día y en vez de cuidarlos, respetarlos y empatizar con ellos, sacamos el energúmeno que reside dentro de nosotros, arrasamos, sin importarnos nada, sin pensar un solo segundo si estamos haciendo lo correcto. Luego llega el remordimiento y la culpa.
«Las casas están construidas sobre frases, silencios y esperas, por eso los siglos no pueden con ellas. Están demasiado habitadas». [pág. 17]
Siempre digo que, lo que ocurre dentro de una casa solo lo saben de verdad los que habitan en ella. Las casas están llenas de nosotros mismos, de nuestras alegrías y nuestras penas, de nuestros miedos y nuestros anhelos. Por eso Edith no quiere abandonar su casa, tras el fallecimiento de Andrea, porque sabe que, de un modo u otro, las paredes de ese hogar están impregnadas del gran amor de su vida.
«Cuando una persona se muere, ¿ya no está nunca o puede estar igualmente aunque no las veas?» [pág. 365]
La más demoledora.¿Qué responderías tú? Me decía Alejandro Palomas, aquella mañana soleada de septiembre: «Que no los veamos no quiere decir que no estén. Están. Mi madre está conmigo, todos los días, porque yo la noto y la siento. Pero lo que me falta es abrazarla. Es lo que llevo peor. No ver no quiere decir que no exista». Su respuesta no tiene nada que ver con religión o creencias cristianas, sino con los vínculos que establecemos con las personas en este mundo, con esa poderosa unión del alma. Yo también creo que están, aunque no los pueda ver.
Hay muchas más frases como estas pero busca las tuyas en la lectura.
Estructura y estilo
Un país con tu nombre está escrita en primera persona, a través de las voces de Edith y Jon, que se van alternando capítulo a capítulo. Estructurada en seis bloques, Palomas despliega en estas páginas ese estilo tan intimista al que nos tiene acostumbrados. Sus novelas hablan de personas más que de hechos, porque lo que realmente importa es el universo de sus personajes que nos hablarán desde el corazón, consiguiendo con su sinceridad que conectemos profundamente con ellos.
Poco más os puedo contar de esta novela, de este aluvión de emociones que el autor nos regala. Así que, desde aquí, solo me queda recomendarlo.
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
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