[Información tomada directamente de la web de la editorial]
No sé muy bien qué deciros y a la vez os lo quiero decir todo. La lectura de Vengo de ese miedo de Miguel Ángel Oeste marca un antes y un después en mi recorrido literario. Porque nadie puede salir indemne de esta novela. Nadie. Tampoco sé si trazarme una línea imaginaria para hablaros de este libro, una frontera que nada tiene que ver con desvelar más de la cuenta sobre su argumento, sino con el respeto, el respeto a la narración, al narrador, y a la memoria.
Hace un par de semanas hablé con Miguel Ángel Oeste. Fue una conversación libre, ajena a ese encorsetamiento que marca el cuestionario que suelo llevar conmigo cuando me siento a conversar con un autor. Dejé que la conversación volara por los espacios que mi interlocutor marcaba, sin interrupciones, amoldándome al tempo que él pedía, a su discurso, sus recuerdos y sus emociones. Quiero hoy hablaros de este libro, tan oscuro y tan luminoso a la vez, quiero entrelazar mis palabras con las del autor, en un baile dulce y cadencioso, que nos lleve hasta el perdón. Si eso es posible.
No se puede obviar queVengo de ese miedo comienza con un inicio demoledor. El autor atrapa al lector en la página 15, la primera del relato.¿Cómo huir de ese «Quiero matar a mi padre», esa primera frase de la novela, con la que inmediatamente se encienden todas nuestras alertas? ¿Qué piensas tú, lector, al leer una frase tan contundente? Imagino que reaccionarías como yo lo hice, irguiendo el espinazo, con la intriga pegada al esternón. No pude evitar que un pensamiento, intenso como un ramalazo, cruzara mi mente. ¿Qué hijo desea matar al padre?¿Qué clase de desnaturalización es esta? Pero luego volteé la página y ahí estaba la respuesta.
«Mi padre aún vive.
Se reproduce igual que la hierba salvaje. Se hace fuerte en lo adverso. Ese es mi padre: mala hierba que crece en cualquier sitio de mi cuerpo tembloroso, apoderándose de mí.
El 16 de julio de 2009, justo a la hora en la que iba a tomar un avión con destino a Praga, mi madre murió ahogada en su propio vómito mientras él estaba borracho. Sospecho que él la mató, también que ya la había matado, poco a poco, a golpes, erosionando su cordura como una lija erosiona la madera. Un símil sencillo, efectivo, igual que las manazas con las que nos pegaba». [pág. 16]
Vengo de ese miedo retrata una historia de maltrato y violencia. Cuentan que el relato contenido en estas páginas tiene tintes autobiográficos, pero no nos quedemos ahí. Oeste quiere dejar claro que hay mucho más. El narrador de esta novela (y dejadme que siempre me refiera al narrador y no al autor del texto) se plantea relatar en este libro sus vivencias durante su infancia y adolescencia, la relación que mantuvo con su padre, -si se le puede llamar así-, la relación que tenían sus padres entre sí, la atmósfera de su hogar. Desde la edad adulta, el narrador regresa al pasado para analizar, con los ojos de hoy, cómo fueron aquellos años y qué huellas han dejado en su camino.¿Qué imagen tiene él del padre? El narrador cree saber lo que vivió pero a veces le entran dudas. ¿Es real lo que aflora en forma de recuerdo? ¿El padre era tal y como él lo rememora? Para averiguarlo decide entrevistar a diversas personas que trataron con aquel hombre en aquellos años, para ir componiendo así el retrato de una etapa marcada por el miedo, un tiempo en el que el narrador se vuelve un naufrago medio ahogado en un mar en tempestad, capeando temporales de destrucción, de humillación, y de maldad.
Para entender lo que vivió se remonta al pasado. No basta con profundizar en la vida de sus padres, en la de su hermano, en la de sí mismo. Las raíces de lo que germinó en aquel hogar debían venir de lejos. Y por eso indaga en sus bisabuelos, en sus abuelos, pregunta cómo vivieron, dónde se asentaron, quiénes fueron, en qué trabajaron, cómo se relacionaron. No todo el mundo está dispuesto a hablar. No todo el mundo quiere regresar a ese pasado con el que el narrador quiere enfrentarse. Pero, si su propósito es encontrar realmente explicaciones, ¿por qué no ir directamente a la fuente principal? ¿Por qué no presentarse en casa del padre, después de tantos años distanciados, sentarse frente a él, y escupirle una pregunta tras otra? Lo sopesa. Busca en su interior la fuerza necesaria pero solo le sale:
«Quiero matarlo. Siempre lo he querido. Lo repito y no dejo de hacerlo, como si me proporcionase placer, como si en la repetición fuera posible hallar el valor necesario. Paradójicamente me asalta la idea de llamar a mi padre y entrevistarlo para extraer su visión de los hechos con el fin de plasmarla aquí, en este libro. Pero no me atrevo». [pág. 17]
Leerás en la novela qué le impide dar ese paso, y si logra comprender todo lo que vivió en aquellos años. Dice el autor que esta novela también bebe del thrillerpsicológico, de esas incógnitas que flotan en el aire, a la espera de respuesta, «mezclado con elementos de género, porque la casa de los padres está tratada como un elemento de terror». Y la curiosidad del lector, que acompaña al narrador en esa búsqueda de cicatrización, también será espoleada por el suceso al que el narrador irá aludiendo de vez en cuando. Cada pocas páginas, nos asalta la palabra «Acacias». Tardaremos en saber qué se esconde tras este nombre, símbolo de horror, de la humillación, de la aberración. El suceso que se esconde tras esa palabra, del que el narrador ni siquiera sabe si encontrará la fuerza para contarlo, mantiene al lector pegado a estas páginas, con un nudo en la garganta.
«En mi cabeza espera la palabra "Acacias". Un cohete en su cuenta atrás». [pág. 97]
Vengo de ese miedo nace de la necesidad de sanación, de un deseo de pasar página, aunque Miguel Ángel cree que la literatura no es catártica ni te va a curar. «Lo máximo que se consigue con la escritura es aceptarse a uno mismo. En realidad, uno no escribe libros sino que son los libros los que le escriben a uno». Cuenta que todas las novelas que ha escrito, de una forma u otra, lo interpelaban. Incluso la que escribió sobre la muerte de Nick Drake en Far Leys. Pero no todos tienen la misma capacidad para olvidar. Lo sabe bien este narrador que ve cómo su hermano ha conseguido dejar atrás el pasado y encontrar una relativa calma. Pero él no puede. La negrura de su interior tira de él hacia abajo, lo ahoga, lo asfixia, cargando sobre su espalda aquellos años convertidos en un mar de drogas, sexo y alcohol en el que nadaban sus padres. Quiere dejar atrás sus monstruos, esquivar el destino, romper el maleficio, y huir de todo aquello que lo amenaza. Incluso de esa espiral de auto-destrucción con la que, paradójicamente, trataba de mitigar su dolor.
Las dos lecturas de la novela
Por eso este libro se convierte en esa última oportunidad para cerrar la puerta del pasado. Sabe que la escritura no cambiará lo que ocurrió pero «Escribir es mi manera de enfrentarme a él». Porque si no reconstruye la historia del padre, el narrador no podrá reconciliarse con la suya.
Pero Vengo de ese miedo no es solo el retrato de unos años de infancia oscuros y desgarradores. «No he escrito esta novela para el morbo», me contó Miguel Ángel en aquel encuentro. No solo pretende mostrar al niño convertido en superviviente, a aquel que buscaba en sus cómics el único instante de paz, soñando con despertarse un día con algún superpoder que le permitiera matar al malo. Aquel niño, hoy adulto, sigue deseando que algún héroe de infancia, de aquellos que protagonizaban sus tebeos y que su padre un día hizo pedazos, le preste su magia para derrotar al enemigo.
«Solo las lecturas de los tebeos y los libros me protegían, me salvaguardaban durante algunas horas de la locura y la destrucción en la que vivía, de la alarma constante que representaba mi adolescencia». [pág. 287]
Y dice Oeste que este libro es un artefacto estético-literario, mucho más que el retrato de una destrucción porque el relato de aquellos años corre paralelamente a la descripción del proceso creativo. Vengo de ese miedo también es un libro sobre la escritura, sobre el efecto que escribir provoca en el autor y el lector, generando una comunión de íntima conexión entre ambos. «Ese es el gran tema del libro, la escritura y sus efectos», afirma. Pero, ¿cómo escribir cuando hay tanto rencor y tanto odio? Sabe que lo que bulle en su interior condicionará lo escrito, y lucha contra la tristeza, el odio, el sufrimiento y el dolor. «¿Cómo se alcanza esa meta cuando tienes la absoluta certeza de que tu padre es un asesino?».
La novela viene a contarnos que la escritura es también mecanismo para encontrar respuestas. «Simplemente escribo buscando explicaciones pese a que cuando uno escribe suele terminar descubriendo que solo ha conseguido multiplicar las preguntas». Necesita curarse y cerrar heridas. Por eso busca el modo de lograrlo a través de la escritura, aunque eso suponga volver a revivir a todos los fantasmas del ayer, y reavivar el dolor, el miedo y el sufrimiento. Duda si lo conseguirá, porque «a pesar de que con estas palabras persigo liberarme, perdonarlo y perdonarme, reincido una y otra vez en los reproches, en el resentimiento que expulsa la memoria en forma de recuerdos enquistados. Y sí, soy incapaz de perdonarle en este momento. No sé si lo haré en un futuro o si con la escritura llegaré a lograrlo. Desconozco si esta actitud me vuelve ingrato».
Confiesa el narrador que escribir este libro fue un proceso doloroso. Iniciado en 2009, mezclando ficción y realidad, asentado sobre una base metaliteraria, tuvo que abandonarlo en un momento puntual de la narración. Pero, lastrado durante demasiado tiempo, sintió que «tenía que terminar este libro para poder empezar a olvidar o, al menos, intentarlo, y para que mis hijas no tuvieran que hacer un viaje siniestro, como yo hago, para saber quién era su padre».
La memoria
«Antes de ponerme a escribir este libro suponía que no había mucha alegría en el hogar de mi padre, ni en el de mi madre. Sin embargo, cuando he hablado con sus hermanas y con la hermana pequeña de mi madre me han ofrecido la versión opuesta, ellas coinciden en la descripción de hogares agradables, felices. Se sentían una familia. Me pregunto si es una distorsión de la memoria o si realmente fue así». [pág. 48]
Asegura Oeste en nuestra charla que la memoria es una mentira.«Si recordáramos esta conversación dentro de un año, tú la contarías de una manera y yo de otra distinta». Es el mismo mecanismo que afecta a las sensaciones que uno puede tener de otro. Y es ahí donde entra el juego entre ficción y realidad que el autor asegura que existe en esta novela. No se puede ser categórico a la hora de afirmar que todo en este libro es realidad. Ni siquiera el propio autor puede pronunciar tal afirmación porque «el libro en sí es una mentira. Puede ser verdad lo que me ha pasado a mí y lo que cuento, pero la realidad fue posiblemente mucho peor». Así que para él, este libro es una novela, en su concepción más pura. «Sí, tiene partes autobiográficas pero todas las novelas las tienen, incluso las de ciencia-ficción».
El padre
Y poco a poco vamos conociendo a los personajes, formando parte de una familia donde la palabra respeto se confunde con tiranía. A veces cuesta trabajo creer que existan personas con un alma tan negra, que sean capaces de provocar tanta maldad y, a la vez, consigan ser tan habilidosos para mostrar una imagen de sí mismos que no corresponde con la realidad.
El padre de esta novela es un hombre con dos caras, un tipo que solo se levantaba temprano por diversión y sexo. Provisto de un fuerte magnetismo, sabía cómo ganarse a la gente, cómo camuflar su propia naturaleza para que nadie, fuera de casa, viera el monstruo que podía llegar a ser. Pero también fue un padre que «no dudaba en pisar a todo el mundo», cuando la situación lo requería. Seductor, inteligente y admirado por algunos, solo infringió dolor a sus hijos, los menospreció, los humilló, los hizo añicos, y luego pisoteó sus restos. «Mi padre tenía el ADN de un depredador»,leeremos en la novela, y lo veremos destruyendo los sueños de todo el que lo rodeaba porque «menospreciaba todo lo que tuviera que ver con la cultura, el que se encargó de recalcarme que escribir era un fracaso, el que no se cansaba de repetirme que jamás llegaría a ningún sitio por ese camino de perdedores, que iba a estamparme contra la nada y que él estaría ahí para reírse». Encontrarte con este padre provoca pavor.
La madre y la abuela
No será el único personaje que nos derrote. La madre, fallecida ya, ahogada en su propio vómito, fruto de la ingesta de pastillas y alcohol, era una mujer guapa, que gustaba a los hombres y soñaba con ser modelo. De pequeña, la consideraban una niña buena,«pese al genio y talante rebelde que le salía de vez en cuando», cualidades que le servían para no dejarse dominar por los hombres siendo adolescente. Pero todo se torció. Quiso también estudiar para alejarse de la mediocridad y acercarse a esas niñas pudientes con las que quería identificarse. Y truncó su camino el mismo día que apareció aquel joven con el que se ennovió y que luego se convertiría en su marido.
«Mi padre fue a por mi madre, se metió en su cabeza, en su alma, hasta que se la arrancó, hasta que dejó de ser ella». [pág. 57]
La figura de la madre llama poderosamente la atención. Sufre una dependencia afectiva del marido, quizá porque de niña brilló en su vida la ausencia de una figura paterna. Duele mucho ver cómo, poco a poco, va cediendo terreno, adosada a esa imagen masculina tan tóxica y letal. Desgarra ver cómo se posiciona junto a un hombre que envenena la vida de la familia, de una esposa que sucumbe al alcohol y las drogas, empujada por una convivencia denigrante, para tapar su frustración, y de unos hijos a los que su marido maltrataba despiadadamente. Ni las palizas que recibió, ni la humillación a la que estuvo sometida, ni las borracheras de su esposo consiguieron desviarla un milímetro del camino que aquel hombre le marcó. Una madre que no era madre, pero sí esposa sumisa y obediente. Una madre que nunca intercedió por sus hijos, porque estos llegaron sin avisar, y solo se convirtieron en una molestia.
«[...] yo estoy quieto, no hago nada, mi madre sangra, un espejo está roto y hay cristales por el suelo, salgo corriendo cuando mi padre se abalanza hacia mí con sangre de mi madre en sus manos, también mi hermano corre, episodios así suceden a menudo, esta es mi infancia y adolescencia, esta es mi memoria». [pág. 25]
Y luego estará la abuela materna que excusa a los hombres alcohólicos. Este narrador busca en casa de los abuelos el refugio que no era su propio hogar, convertido en un lugar oscuro y tenebroso. Y allí, con aquella abuela, en cuyos brazos encontraba un poco de amor, escuchaba disculpas y justificaciones sobre el comportamiento del padre. No es malo, es que el pobre, cuando bebe, se vuelve loco. Frases así han estado a la orden del día en muchos hogares españoles de los años 70 y 80. No sé vosotros, pero yo tengo clavada esa frase dicha en boca de una vecina de mi madre, refiriéndose al marido. He conocido un par de familias así, en las que el alcoholismo era un miembro más. Y dejadme contaros algo. Aquellos maridos fallecieron relativamente jóvenes, y sus viudas, con los años, han recuperado la lozanía que se ajó durante las décadas de convivencia, y ahora las ves, con más de ochenta y pico de años, y parecen haber rejuvenecido. No puedes evitar pensar que es ahora, en estos años de viudez, cuando realmente son felices y viven la vida. Desterraron de su interior el miedo.
Violencia. Miedo. Herencia genética
Y miedo es la palabra que más se repite en esta novela. Miedo. Miedo. Miedo. Miedo.«El miedo que nunca se ha ido. El miedo resucitado con la escritura». No hay emoción más viva en la familia del narrador porque «El miedo había sido un compañero fiel de la familia». El miedo se palpa en estas páginas.Es un miedo atávico, de los que se te meten dentro y no importa si ya eres un hombre hecho y derecho, un padre de familia, con una trayectoria laboral impecable. El miedo está siempre ahí. Un miedo de niño en cuerpo de hombre. «Venimos de una época de mucha violencia familiar, que se quedaba de puertas para dentro y era algo muy normalizado», dice Miguel Ángel. Una violencia que viene del hombre porque era él el que golpeaba con el puño sobre la mesa. «Esto que vengo diciendo en las entrevistas ha molestado mucho a los hombres».
Pero no solo es un miedo que procede del exterior. También hay miedo al interior propio, a llegar a convertirse en el padre, a volverse un monstruo porque tienes el mal en tu ADN. «Soy el vivo retrato de mi padre y eso me derrumba». Máxime cuando el narrador descubre que su abuelo paterno también bebía y maltrataba a su abuela, y a su hijo, el que luego se convertiría en el padre de esta historia.
«Mi padre odiaba a su padre. Yo odio al mío. Esa es la herencia que me deja. La herencia del odio. Y la obsesión por vengar el miedo que me ha inoculado». [pág. 47]
¿Y si un día, algo se activa en su interior y se convierte en su padre? ¿Y si no puede huir de la sangre, de un destino que parece estar marcando a los hombres de la familia? Fue ese miedo lo que más me ha impresionado de esta novela, oler el miedo en las páginas, sentir el temblor del narrador, un hombre cercano a los cuarenta, al recordar los golpes, los gritos, las amenazas. Oeste abre una caja llena de violencia y la vuelca en este libro, un terror que también arrastrará al lector. Lees párrafos y empiezas a temblar, imaginándote la escena con una nitidez tan clara, que basta con apartar la mirada de la lectura y dirigirla a algún lugar de la estancia en la que te encuentras, para ver al padre aporreando la puerta de una habitación tras la cual se esconde un niño asustado y desvalido.
«Me cago en Dios, abre la maldita puerta o la echo abajo, quién coño te crees que eres, estás en mi casa, basura, te voy a reventar como no abras, y los trompazos que no daba en la puerta de mi habitación, ya abollada, sino en mi cabeza, o así lo sentía yo, escondido debajo de las mantas, con el miedo dentro, muy dentro de mí, tanto que notaba cómo roía el corazón, la garganta, las sienes, el estómago». [pág. 76]
Castigos que pasan de abuelos a padres, de padres a hijos, ¿cómo romper la cadena para que no pasen también a los nietos?
Y este dolor va a generar más dolor. Violencia que genera más violencia. El narrador entra en una espiral de autodestrucción. Quiere silenciar la ira y la rabia que ocupa su interior, y golpea con sus puños las paredes, descargando sobre ellas la impotencia que siente. Se entrena para el dolor, para acostumbrar su cuerpo a las heridas, a la sangre, al desgarro, se preparaba «para cuando mi padre me pegara y así no sufrir tanto».
¿Cómo se puede vivir en una zozobra constante?¿Cómo haces para cerrar los ojos, en ese momento de la noche en que uno entrega su cuerpo y su mente al descanso, temiendo que el monstruo llegue borracho a casa y quiera entrar en tu habitación para hacerte una visita?
Torremolinos y la llegada del turismo
Violencia doméstica. Proceso creativo. Y también retrato socio-temporal. Porque el autor aprovecha el relato familiar para componer un cuadro sobre la Málaga de aquellos años. La acción transcurre en zona costera malagueña, aunque los escenarios, más allá del propio hogar, de la casa familiar -que se vuelve un elemento con vida propia -, no tienen gran transcendencia. Aun así, y a través de la figura del padre, propietario de discoteca y locales de ocio nocturno, Oeste también retrata la sociedad del momento, esos años en los que España se abría al turismo, impulsado por la transición, surgiendo oportunidades de prosperidad y bonanza.
De Torremolinos se cuenta que se convirtió en una fiesta continua, un lugar bullicioso que nació de ese «proceso de metamorfosis social desde la Costa del Sol». Son años de modernidad, de expansión, de llegada de ingleses y alemanes en busca del buen tiempo y de chapuzones en las playas. En ese ambiente, el padre y la madre del narrador descubren un nuevo universo, que les cautivó y por el que se dejaron arrastrar.
Y frente a esa parte de Málaga de dinero, desenfreno, alcohol y fiesta, la otra Málaga. La de las casas de V.P.O., la de los barrios humildes, con gente obrera que ganaba cuatro duros, la cruz de una moneda de la que procedía el padre del narrador.
Estructura y estilo
Dividida en cinco bloques -Padre, Familia, Madre, Hijas, Padre e hijo-, la novela está escrita en primera persona. El autor la define como una obra descarnada y entiende que el lector se sienta atraído por la parte más oscura del relato, por lo más autobiográfico. Al preguntarle si no consideró escribirla en tercera persona, por aquello de marcar algo de distancia, me respondió que lo intentó, pero a las cincuenta páginas comprendió que la voz era demasiado impostada. Así que se decantó por la primera persona, «pero sin aderezos ni cosas bonitas», y tuvo muy claro que la primera frase del libro tenía que ser «Quiero matar a mi padre» porque «era el sentimiento que tenía y no lo quería ocultar».
Vengo de ese miedo es una novela viva, que va cambiando en su avance. Oeste afirma que el lenguaje, muy directo al principio, se va modificando poco a poco. De ese rencor y rabia que se vislumbra al principio, de una narración llena de reiteraciones, se va pasando a un estilo más sosegado y más reposado.
Creo que debo ir poniendo el punto y final. Esta novela me ha hecho pensar mucho. ¿Cómo se recompone uno después de vivir una infancia así? Esos años, en los que somos como un libro en blanco en el que nuestro entorno, nuestras familias, van dibujando los trazos que luego compondrán nuestra personalidad, nuestro carácter? No dejo de pensar en la enorme y necesaria labor de reconstrucción, en la petición de ayuda, en la mirada de un padre que observa a sus hijas, mientras en su mente asoman escenas del pasado familiar. Dice Oeste de sí mismo que está chalado, pero a mí me parece el más cuerdo de los cuerdos. Y el más valiente, también.
Cerré la entrevista con una pregunta complicada.
Marisa G.- Si hubieras tenido la oportunidad de hablar con tu padre antes de morir, ¿qué le hubieras dicho?
Miguel A.Oeste.- Uf,... Eso es algo que se ha quedado ahí. No lo sé. Creo que si hoy siguiera vivo tampoco sería capaz de hablar con él. Es algo que me paraliza.
Por eso escribe esta novela, para construir algo con lo que poder enfrentarse al padre. Aunque, «la vida real sea otra cosa».
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
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