26 de enero de 2022, el totum revolutum.Alejandro Palomas acude a la radio, a la Cadena Ser, para ser entrevistado por Aimar Bretos, en su programa Hora 25. Durante unos treinta minutos, desvela algo de lo que él ya habló someramente en una columna periodística años atrás, los abusos sexuales que sufrió por parte de un religioso en el centro escolar en el que estudiaba, la Salle de Premià de Mar. Inmediatamente los medios de comunicación y las redes arden. Yo leía en Twitter mensajes de todo tipo, pero trato de huir de esa especie de horda enfervorecida en la que a veces se convierte esa red social, donde todo el mundo sabe de todo y se cree con derecho a hablar de todo.
A priori pensé que Alejandro Palomas había acudido a aquel programa para hablar de literatura y, de manera colateral, surgió el tema de la violencia, de los abusos sexuales. Pero no, Palomas acudió a dar voz a su testimonio. No había novela que presentar, ni personajes por los que preguntar, ni argumento lleno de emoción y corazón sobre el que conversar. El autor se enfrentaba a sus propios demonios porque aquello que tenía que contar era algo mucho más duro, mucho más oscuro, mucho menos gratificante. Puedes ver y oír la entrevista íntegra que le hicieron en Hora 25 aquí:
En nuestros tiempos, la actualidad dura lo mismo que, usando palabras de Joaquín Sabina, dos peces de hielo en un whisky on the rocks. Aquella vorágine que se originó tras las declaraciones del escritor catalán se fue convirtiendo en un murmullo cada más silencioso y estaba sentenciada al olvido, camuflada por otras noticias que iban pisando a las anteriores. ¿Olvidar? No. Alejandro Palomas no olvida ni quiere que lo que han sufrido otras personas en su misma situación sea olvidado. Así que, de la voz radiada salta a la palabra escrita, y publica Esto no se dice (Editorial Destino), el relato completo de aquellos abusos que sufrió cuando tenía entre ocho y nueve años.
Palomas estuvo en Sevilla hace unas semanas. A pesar de que en las entrevistas se suelen colar las voces de las personas que nos rodean, en esta ocasión parece que todo se confabuló para que aquella conversación, llena de tranquilidad, de paz, de sosiego, se produjera sin ningún tipo de interrupción. Hablamos de aquella entrevista en la radio, de su infancia, de su madre, de su reconstrucción. Hablamos de Esto no se dice.
Marisa G.- Alejandro, para empezar esta entrevista, déjame contarte algo, un poco largo.
Alejandro P.- Dale.
M.G.- Cuando ayer tarde me puse a pensar cómo plantear esta entrevista, lo primero que se me vino a la cabeza fue preguntarte por qué ahora. Creía que era una buena pregunta para romper el hielo. Más tarde, me puse a leer las primeras páginas del libro y me encontré con que tú te quejas precisamente de esa pregunta, un interrogante que te hacemos todos, y que tú consideras que no tiene cabida en un testimonio como este. Argumentas que, con esa pregunta, es como si pusiéramos en duda lo que nos cuentas, que te cuestionamos, que pensamos que tienes otras intenciones. Me sentí mal al leer aquello porque, con mi «por qué ahora», yo no pretendía cuestionar nada. Jamás dudé de ti. Es más, yo misma me respondí, y me dije que probablemente hablabas ahora porque a tu madre, fallecida, ya no le podía hacer daño lo que se dijera. Y precisamente, en esas páginas iniciales explicas que cuando los periodistas te han hecho esta pregunta, siempre has respondido que el motivo es tu madre. Sin embargo, ese no era el verdadero motivo. Avanzo en la lectura y leo que hablas ahora porque ya no tienes miedo, porque un testimonio como el tuyo no puede caer en el olvido, porque necesitas compartir tu terrible experiencia con otras personas que hayan pasado lo mismo, que has hablado cuando has podido. Y yo me pregunto: ¿por qué no dar esa respuesta cuando te han preguntado?
Alejandro P.- Porque no lo sabía.
M.G.- ¿No lo sabías?
A.P.- No. Cuando un superviviente de este tipo de trauma infantil habla, no sabe por qué lo hace. Es algo en lo que se trabaja después de hacerlo. Es algo visceral. Hay un resorte que se toca de manera inconsciente, que no llegas a ver ni a conocer en ese momento, y que te hace saltar, que te hace hablar. Luego es cuando tienes que hacer el trabajo de reflexión sobre por qué ahora, qué ha pasado, hacia dónde voy,... Es una reacción inconsciente. No es una acción, es una reacción.
M.G.- Cuando fuiste al programa de la radio, a Hora 25 de la Cadena Ser, ¿ibas ya con la idea de hablar sobre todo esto?
A.P.- Fue algo que yo ofrecí. Fue una iniciativa propia. Contacté con Aimar, le propuse lo que quería contar, le consulté, y viajó a Barcelona para hacerme la entrevista.
M.G.- Y de la radio al papel. No es lo mismo contar en treinta minutos lo que te ha pasado que escribir todo un libro. Imagino que has tenido que escarbar en tus recuerdos, que probablemente estarían muy escondidos para no herirte. Habrá sido especialmente doloroso.
A.P.- Para mí no fue doloroso porque yo ya había hecho ese ejercicio. Es algo que llevo trabajándolo en terapia durante muchos años. De todas formas, cuando di esa entrevista y las que vinieron después, aquello se convirtió en un pico de actualidad que después desapareció. Desde el principio estaba muy preocupado porque sabía que estaba viviendo un pico de actualidad, que estaba en la cresta de una ola, y me daba mucho miedo que esa actualidad desapareciera. Y así fue. Se dejó de hablar de esto. Así que pensé que tenía que ser yo quien consiguiera que esto se tratara como una realidad constante y existente en nuestra sociedad, y no como un pico de actualidad. Mi fórmula es la escritura, por eso lo llevé al papel.
M.G.- En las primeras páginas del libro intuyo varias emociones. Entre ellas, el arrepentimiento porque, si hubieras sabido todo lo que se originó, ¿no lo hubieras hecho?
A.P.- No me arrepiento pero sí he tenido momentos en los que he dudado. Mi vida ha cambiado internamente mucho más de lo que yo creía que iba a cambiar. Pero siempre han podido más las ganas de conseguir que cambien cosas para las personas que no pueden estar en mi piel. Cuando he dudado por mí, mi visión de los demás no me ha permitido seguir dudando.
M.G.- ¿Y rabia?
A.P.- No, rabia no hay. Y eso es algo que sorprende mucho. No tengo rabia ni rencor. Todo eso pasó. Ha habido cosas que han podido más que la rabia. Ha habido mucha más culpa, mucho más sentimiento de soledad, de no pertenecer a nadie, de silencio,... De muchas otras cosas que han ensombrecido la rabia.
No ha habido rabia porque tampoco ha habido odio. No he sabido hacerlo. Te lo cuento como una carencia porque no es que esté orgulloso de eso. Simplemente es que no he sabido tenerlo.
M.G.- Has mencionado la palabra culpa. Es algo por lo que te quería preguntar. En este tipo de situaciones, cuando un niño sufre abusos sexuales, es habitual que sienta culpa. Suelen pensar que lo que les ocurre es porque se lo merecen.
A.P.- Sí, es así. Siempre hay un porcentaje altísimo de casos en los que lo que predomina es la culpa. En mi caso particular, con un motivo muy claro, y con una causa muy explícita. Quien abusaba de mí me repetía siempre: ¿ves lo que me haces hacer? Con lo cual, él ya imprimía la culpa sobre mí. Yo no tenía que imaginar que era culpable sino que ya me lo estaba diciendo el propio abusador. Pero normalmente no es así, no suele haber una frase explícita. Sin embargo, el sentimiento de culpa es lo primero que te impregna porque tú crees que si te pasa a ti, y no le pasa a los demás, es por algo que haces tú. No piensas que te ocurre porque haya un perverso suelto que te escoge a ti como diana. Eres demasiado pequeño para comprender eso.
M.G.- Y fíjate que, cuando tú cuentas lo que te ocurrió, otras personas declaran también haber sido niños abusados, incluso a manos del mismo maltratador. No estabas solo.
A.P.- Pero por eso las víctimas no hablan porque creen que están solos, porque creen que son los únicos o las únicas. Y, en cuanto hablas, te das cuenta de que no eres el único, de que estás muy acompañado, de que los supervivientes del mismo terror son muchos. En ese momento llega un tipo de alivio que es muy sanador. La culpa retrocede. Te das cuenta de que has estado culpándote de algo que, en realidad, no tenía ningún sentido.
M.G.- Estamos muy acostumbrados a que tú nos regales novelas preciosas, preciosas historias. Esto, obviamente, no es una novela. Es un testimonio donde no cabe la ficción, por lo tanto, todo lo que se cuenta en este libro es absolutamente verídico.
A.P.- Totalmente. No hay ni un ápice de ficción y también eso me lleva a que haya sido el libro más fácil para mí. Ha sido un libro facilísimo para mí porque solo he tenido que contar la verdad. No he tenido que ficcionar, no he tenido que inventar, no he tenido que imaginar. Sí he tenido que ordenar pero la escritura de este libro ha salido tal y como ha llegado a ti. No ha habido ninguna construcción sino que ha salido así.
M.G.- Todavía no me he adentrado en la lectura, pero sí he hablado con mucha gente que lo han leído o lo están leyendo. Todos, o muchos, coinciden en que han tenido que parar de leer para respirar porque se quedan sin aliento mientras leían. A mí eso me impacta porque me considero una persona empática, a la que le afecta mucho el sufrimiento de los demás, y, en cierto sentido, te confieso que me da un poco de miedo.
A.P.- No, no deberías tener miedo. Siempre digo que este libro es un viaje de la conmoción a la emoción. Tú vas a salir de este libro como sales de Una madre, como sales de Un amor. De eso me encargo yo. Yo sé tratar muy bien al otro. Si se trata de hacer un viaje difícil, siempre voy a preocuparme de que salgas con la emoción a flor de piel, y no con la conmoción a flor de piel.
M.G.- Hace unos meses hablé con otro autor, en cuya novela contaba el maltrato que había recibido por parte de sus padres.
A.P.- ¿El autor malagueño de Tusquets?
M.G.- Sí. Un libro tremendo.
A.P.- No la he leído todavía. La tengo, pero no la he leído.
M.G.- A él le habían pasado cosas horribles, y yo lo miraba y pensaba cómo era posible que aquel hombre, después de lo vivido de niño, haya podido reconstruirse para convertirse en un padre de familia, con un trabajo bonito, con una vida llena de luz. ¿Cómo se reconstruye uno? ¿Qué has hecho tú, Alejandro?
A.P.- Me he reconstruido gracias a mi madre. He tenido una madre maravillosa, que ha estado siempre detrás de mí. Ha sido mi flotador, mi boya, mi faro,... Me ha cuidado muchísimo. Ella sabía de dónde venía yo, y me veía como un material muy frágil. Ella aparentemente era muy frágil pero no lo era. Y también me he reconstruido gracias a la literatura, a la escritura y a la lectura. Mi madre fue muy lectora y ella fue la que me introdujo en la lectura. Ahora que hablo contigo pienso que ella sabía que me estaba entregando a un mundo, que no era este, y que me iba a ayudar a soportar este. Lo consiguió porque yo empecé a entender que había otras realidades distintas, en las que no había este peligro ni este terrible dolor que yo sufría. Cuando yo leía, me metía tanto en los libros que dejaba de existir esta agresión a la que yo estaba expuesto. Así que, lo que me ha salvado ha sido la literatura y mi madre. Es lo que me ha ayudado a reconstruir el Alejandro niño en el Alejandro hombre.
M.G.- Sin embargo, me viene ahora a la mente una entrevista tuya en la que decías que tampoco habías hablado mucho con tu madre de todo esto.
A.P.- No. Nunca. Ahora me doy cuenta de que fue un error. Yo no hablaba de esto porque yo no quería hacerle daño. Y ella no lo hablaba conmigo porque entiendo que tampoco quería hacerme daño. Con lo cual, el uno por el otro, no hablábamos de esto. Creo que fue el único tema entre nosotros que nunca volvimos a tocar. Ahora me gustaría tenerla aquí y hablar con ella.
M.G.- ¿Qué crees que te diría?
A.P.- Creo que me sorprendería. Mi madre tenía la capacidad de sorprender siempre. Cuando creías que estaba en un lugar muy profundo, estaba en uno muy superficial, y cuando creías que estaba en un lugar muy superficial, estaba en un lugar muy profundo. Creo que a ella le iría muy bien hablar de esto. Sería una conversación muy sanadora para mí pero, especialmente, para ella.
M.G.- En esas primeras páginas dices que vas a intentar referirte a ella lo justo e imprescindible pero luego, te pones a leer al azar, y es que está en cada página. Eres una prolongación de tu madre.
A.P.- Totalmente. Y ella era una prolongación mía. Éramos como dos náufragos en la misma balsa, agarrados al mismo mástil. Éramos una prolongación el uno del otro, muy diferentes, muy alejados a veces, pero era imposible pensar en un mundo sin ella. Es terrible. De hecho, siempre me preguntan si hay un Alejandro antes y después de este libro y la respuesta es no. Hay un Alejandro antes y después de la muerte de mi madre.
M.G.- Tuviste una reunión con el presidente del Gobierno. Fue algo me llamó la atención, que un escritor tenga una reunión con un político. ¿Tienes fe en la política? ¿Crees que aquella reunión está dando o dará sus frutos?
A.P.- Fui a esa reunión por un tema muy concreto: los abusos infantiles cometidos por los miembros de las órdenes religiosas. Hablamos de eso y se tomaron unas decisiones políticas que creo que no han llevado a nada, sinceramente.
Es cierto que, en este gobierno, se ha dado un paso de gigante en la defensa del menor y en la defensa de los derechos de los niños. Eso es así, en general, con la aprobación de la nueva ley. Pero en el caso específico de los abusos cometidos por miembros de las órdenes religiosas no se ha adelantado nada. No ha habido una voluntad real.
M.G.- La Iglesia tiene muchos tentáculos.
A.P.- La Iglesia es omnipresente y «omnipoderosa». Me he dado cuenta de que es muy complicado, y de que tengo una mirada muy utópica también. No sabía la magnitud del ámbito contra el que yo estaba intentando luchar. Realmente, creo que no hay una voluntad política para acometer esto. No sé cuál es la solución. Pero eso me ha situado también en el mapa, en mi mapa personal y en el mapa social. He entendido que hay otras fórmulas para llegar a los sitios y yo soy muy pertinaz. No entiendo un «no» por respuesta. Así que ya llegaré donde quiero llegar, pero habrá que buscar otros modelos.
M.G.- Has concedido muchísimas entrevistas desde que hablaste el pasado enero. Generalmente, por tu profesión, sueles tratar con el periodismo cultural que, salvo excepciones, acostumbra a ser amable. Pero este tipo de libro te ha puesto en contacto con otro tipo de periodismo. ¿Cómo te ha tratado la prensa?
A.P.- Me ha tratado muy bien porque la que me iba a tratar muy mal no me ha tratado. Las cartas han estado muy claras. Hay una parte de la prensa que no ha tocado el tema, no me ha entrevistado, me ha ignorado por completo por su ideología, y el resto han sido muy cuidadosos. En general, en el noventa y nueve por ciento de los casos, debo dar las gracias. También es cierto que, dependiendo del tipo de programa o el tipo de medio, sabía hacia dónde iba. Pero había que dar difusión a esto. Yo quería cambiar las cosas y tenía que llegar a todos los estratos y a todas las casas. Quería crear consciencia social y la sociedad somos todos. Dentro de los medios que realmente me abrieron las puertas, el trato ha sido muy bueno.
M.G.- ¿Y la sociedad, en general? Sabemos que ha habido insultos.
A.P.- Han habido tres modelos de reacción. Por un lado, empatía y solidaridad absoluta. Después, otra parte que opina que qué pena que esto ocurra pero es mejor que no lo toquemos porque nos violenta. Y por último, la parte menos frecuente, o la que menos se manifiesta, que muestra odio por alguien que dice la verdad. Hay odio a la honestidad. Es una de las lacras que tenemos aquí.
M.G.- El sacerdote, el maltratador en cuestión, murió hace poco. ¿Qué sentiste?
A.P.- Nada. En un principio, sentí extrañeza porque murió tres días antes de que se publicara el libro. Parecía como diseñado por un plan infinito. Pero también sentí que se iba parte de mí. Es que era parte de mi vida, una parte terrible pero una parte mía. Fue como un duelo de lo malo. Él se ha llevado una parte importante de mí.
M.G.- Este secreto con el que has vivido pegado a tu piel, ahora que ya es vox populi, ¿te ha liberado?
A.P.- Me confunde. De repente estoy como desnudo en una plaza. He pasado de vivir atrincherado en un castillo a verme desnudo en mitad de una plaza. Es una situación de absoluta vulnerabilidad. Menos mal que el mundo me trata bien, pero podían tratarme muy mal. He arriesgado mucho pero soy así. Me gusta el riesgo. Y me libera el hecho de pensar que todo esto sirve para que muchas personas que han pasado, o estén pasando por esto, vean que no están solas y que no están locas. Una de las cosas que te pasan es que crees que estás loco. El diálogo contigo mismo es como un circuito cerrado y llega un momento en el que no sabes qué es inventado, si la culpa es toda tuya. Te sientes solo en una caverna. Así que, si esto sirve para otras personas que estén o hayan estado como yo, me parece maravilloso.
M.G.- Este tema siempre me ha interesado. He visto mucho documental y una miniserie que se titula Examen de conciencia. Imagino que la has visto.
A.P.- Sí.
M.G.- Pues en esa serie o en algún documental, se veía como las víctimas habían estado viviendo junto a su abusador toda la vida, en el mismo pueblo, en la misma ciudad, y habían ido a llamar a su puerta para pedirles una explicación. El maltratador a veces responde que no recuerda nada. Me parece tremendo, tanto por la desfachatez de un lado como por la valentía del otro.
A.P.- Es curioso porque el abusador infantil normalmente dice que no recuerdan que eso nunca ocurrió, que él nunca habría sido capaz de hacer algo así. Se horroriza ante la posibilidad de haber hecho algo así, cuando tú eres la prueba viviente. Pero te lo niegan. Por eso, nunca me acerqué, nunca quise saber nada, ni nunca lo busqué. Yo sabía que esto iba a ser negado. Es demasiado atroz como para que un hombre reconozca eso delante de su víctima o del superviviente de lo que él le ha hecho. Esto no lo hace nadie. Es muy raro que esto ocurra. Es imposible.
M.G.- En el hipotético caso de que hubiera habido un perdón, ¿te hubiera valido?
A.P.- No (rotundo). El perdón es algo muy vacío. Hay muchas otras cosas delante del perdón. El perdón es un proceso que se trabaja durante mucho tiempo. Requiere aproximación, colaboración, empatía, solidaridad, cosas que un hombre de esas características no tiene. Es un trabajo en balde.
M.G.- Para terminar, no sé si toda esta vorágine te permite centrarte para escribir otra historia diferente.
A.P.- Sí, sí, sí. Estoy en ello. Esto forma parte de mí. Ha sido así siempre. No estoy viviendo nada especial. Sigo siendo el mismo. Y sí, estoy escribiendo. De hecho, estoy escribiendo mucho. Estoy súper creativo porque veo que formo parte de una comunidad. Hasta ahora estaba solo y tenía una pequeñísima comunidad, pero ahora me muevo con más libertad dentro de mí mismo, con lo cual estoy más aliviado.
M.G.- No sé si sigues luchando por liberar a Susi, la elefanta.
A.P.- Esa es otra de mis luchas. Tengo tres luchas. Una, que el centro escolar en el que yo estuve sea siempre un centro seguro para los niños que estudien en él. Dos, que el zoológico de mi ciudad deje de existir, para que mi ciudad sea un lugar mejor que el que yo encontré cuando nací. Y tres, que el bosque que estoy creando termine de afianzarse y se convierta en un referente, para que todos aquellos que quieran hacer algo por el planeta puedan tener un espejo en el que mirarse.
M.G.- Pues lo dejamos aquí, Alejandro. Te agradezco muchísimo esta conversación. Suerte en todos tus proyectos y mucho ánimo.
A.P.- Gracias.
Sinopsis: Un relato vivo, emocionante, valiente y esperanzador frente el mayor de los males: el abuso a un niño.
Este es el libro más luminoso, impactante y real que alguien puede escribir. Tras una niñez marcada por los abusos sexuales, años de eterno acoso escolar y una hipersensibilidad que en no pocas ocasiones lo llevó al borde del suicidio, Alejandro Palomas hila en estas páginas un relato sereno y electrizante con el que sobrevuela sin filtro los recuerdos de infancia, la relación sin igual con su madre, la sombra de un padre finalmente desaparecido y el poder de la imaginación y de la escritura como la última tabla de salvación. Este es el testimonio más sincero de un hombre que apostó por vivir y que lo consiguió gracias a su pasión por inventar y compartir mundos, siempre desde la ternura y el humor, y que ahora transforma su vida en la mayor de las historias.
La literatura le permitió crear universos imaginarios mejores que la vida que le rodeaba y con los años estas ficciones le han ayudado a encontrar las palabras para mostrar toda la verdad.