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ANA MÜSHELL: ❝Alejandra Pizarnik fue un personaje oscurito y estrafalario, pero maravilloso❞

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Justo cuando prácticamente teníamos las navidades encima, la ilustradora Ana Müshell visitó Sevilla. Del trabajo de la joven, supe hace algunos años, cuando leí el libro que Henar Álvarez publicó con Planeta y tituló La mala leche (puedes ver la entrevista aquí y la reseña aquí). Sabéis que soy una enamorada de los libros ilustrados y si además sirven de vehículo para conocer a escritores, mejor que mejor. Es el caso de Maldita Alejandra, lo último de Müshell, donde la ilustradora pone el punto de mira en la vida de Alejandra Pizarnik. Sin embargo, este volumen no es meramente una biografía.Maldita Alejandra también es un diario en el que Ana recoge el camino que tuvo que andar, y anda, en un momento complicado de su vida. Apoyándose en los poemas y la vida de la poeta, quien optó por el suicidio cuando tan solo tenía treinta y seis años, Müshell se sumerge en su propia vida, en la grisura de un momento que venía protagonizado por la ansiedad, el miedo, la depresión, la angustia y la agorafobia. De la mano de Pizarnik, Müshell emerge de los abismos y consigue salir a la luz.

Menuda y tímida, Ana Müshell nos habló de este libro a su paso por Sevilla. 

Marisa G.- Ana, un placer tenerte en Sevilla. Yo conocía tus ilustraciones por el libro de Henar Álvarez pero es la primera vez que te leo. Quiero hablar de Alejandra Pizarnik pero también quiero hablar de ti.

Ana M.- De acuerdo.

M.G.- Aunque tú ya has probado a hacer biografía, porque escribiste la de Patti Smith, Maldita Alejandra es una biografía pero también es algo más.

A.M.- Es algo más, claro. Lola, mi editora, lo que quería era sacar de mí una historia muy verdadera, conectada conmigo misma. Si elegí a Alejandra Pizarnik fue porque era la autora a la que estaba leyendo durante mi proceso de recuperación psicológica. Maldita Alejandra es mi propio diario sobre esa recuperación, pero también es un punto de conexión con la biografía de la autora. Hay puntos que yo necesitaba comprender de su biografía para comprender mi propia biografía también. Hablamos de la infancia, del amor, del miedo, de la bibliofilia,... Y también de la muerte, que es un tema muy importante. 

M.G.- A través de tu libro, el lector va a conocer no solamente a la poeta sino también a la persona. Nos cuentas que era terca, que pensaba que su poesía no le interesaba a nadie, era depresiva, muy auto-crítica. Parece una persona con muchos recovecos, y muchas luces y sombras.

A.M.- Sí. Siempre digo que es un personaje escurridizo. Así la reconocen sus propias biógrafas oficiales, que fueron amigas suyas. Era un personaje difícil de captar. De ahí lo de maldita, como una queja con cariño hacia ella, porque no termino de captarla, porque me refugio en su poesía, en su miedo y en sus palabras, pero no soy capaz de ver su cara. Es un personaje que se auto-disfrazaba de poeta maldita, aunque tenía muchísimo humor, muchos amigos y una vida muy plena, aunque ella tirara siempre hacia esas sombras, esos cuervos y ese jardín en el que se refugiaba. Era un personaje enigmático que te absorbe.

M.G.- Comentas en este libro que, en algún momento te ha costado extraer el significado de su poesía.

A.M.- Sí, pero es algo irremediable. Si eres capaz de sacar un significado pleno a su poesía, háztelo mirar porque está llena de unos matices que te van cambiando. Su poesía te va llevando a un sitio y a otro, y ellos mismos se transforman a través de tu lectura. Es bonito tener su poesía en tu mesita de noche para poner palabras a tu miedo o a tus inquietudes.

M.G.- Me quiero centrar un momento en la madre de Alejandra Pizarnik, pero también en la tuya. Es una figura que aparece en este libro, en la vida de las dos, y que es realmente importante.

A.M.- En mi diario hablo del duelo. Es algo universal. Se debería hablar del duelo porque no pasa nada, hablar de la muerte de una madre antes de tiempo, para lo que nadie está preparado nunca. Ese era mi contexto para hablar de la oscuridad.

En el caso de Alejandra Pizarnik, su relación con su madre era extraña. Su madre tenía esa preferencia por su hija Miriam, la antítesis de Alejandra. Siempre tuvo esa sombra sobre ella, la frustración de no ser para su madre lo que quería que fuera. Desde pequeña, Alejandra Pizarnik fue un personaje oscurito y estrafalario, pero maravilloso. Los padres son un punto clave para la formación de uno mismo, de los propios miedos, desde la infancia hasta la adultez. 

M.G.- Hablando de familia, al margen de la que le venía impuesta, ella fue construyendo otra familia a través de todas esas personas que fue conociendo en sus viajes. ¿Qué supuso para ella vivir en París, y conocer a tanta gente importante con la que se codeó?

A.M.- Ese es otro punto de conexión que tengo con Alejandra. Cuando paso muchísimo miedo y soy capaz de verbalizarlo, se lo cuento a mi familia sanguínea, con la que tengo la suerte de contar, pero también a mi otra familia, a mis amigos, que son los que me reordenan la vida, y los que me ayudan a subir hacia arriba. 

En el caso de Alejandra, ella se refugió en la literatura y, por lo tanto, en los grandes escritores y escritoras que la rodearon. Para ella fue clave ese viaje a París en los sesenta, donde coincidió con Cortázar y con su mujer, o con Simone de Beauvoir. Fueron como su familia y la metieron en ese círculo literario que ella necesitaba para desarrollarse como escritora. También coincidió con Borges y Octavio Paz, que fue como su padrino. Creo que esa fue su verdadera familia y la que le enseñó a vivir de la literatura. 


 



M.G.- Este libro también nos ayuda a acercarnos a ti, como escritora, como ilustradora, como persona,... Entiendo que este libro te ha ayudado a pasar de ser esa larva que vemos inicialmente a ese insecto alado al final. Porque, para Alejandra, escribir era una suerte de madriguera y un método de auto-análisis. Imagino que para ti habrá sido algo parecido.

A.M.- Sí, total. De hecho, muchas personas están reseñando Maldita Alejandra como si fuera una oda a la lectura. Cuento mi experiencia desde la agorafobia, una fobia que hace que estés muy metida en tu interior, que tengas mucho miedo al exterior y, por lo tanto, la vida se te reduce mucho en experiencias. Así que recurrí a la música, al cine y, sobre todo, a la lectura. La lectura fue mi refugio contra la agorafobia.

M.G.- El libro sirve para dar visibilidad a este tipo de trastornos, a la agorafobia, a la ansiedad, los ataques de pánico. Son padecimientos que deberíamos normalizar como si fueran un resfriado. Y aunque vamos avanzando, a los que sufrimos estos trastornos (y me meto en el saco) se nos sigue viendo como bichos raros.

A.M.- Sí, como bichos kafkianos. 

M.G.- Cierto. He sufrido muchos ataques de ansiedad. Los días de lluvia no podía salir de mi casa. Y mi marido no lo entendía.

A.M.- Claro. Es muy complicado convivir con alguien que tiene algún tipo de trauma o de trastorno. No pasa nada. Son palabras que suenan como muy fuerte pero solo se trata de algo que está mal, como el que tiene una pierna rota, y hay que trabajarlo. El cerebro forma parte del cuerpo y también se estropea. A veces viene incluso estropeado de fábrica. Ahora se está haciendo un ejercicio muy guay de visibilizar y normalizar. Hoy en día es muy corriente decir que estás asistiendo a terapia. O que en la infancia te pasó algo y lo estás trabajando. Es muy bonito ver que la gente habla de esto con naturalidad. 

M.G.- Hay pasajes en los que me he sentido muy muy identificada. Describes muy bien esas sensaciones que se sienten cuando estamos en pleno ataque de pánico. Yo me quedaba totalmente paralizada y no me podía mover. Pero tengo que confesarte que a me da mucho respeto leer sobre estos temas porque me da miedo pensar que, ese monstruo que está dormido dentro de mí, puede despertar de nuevo. No sé si a ti te ocurre igual.

A.M.- Sí, sí, sí. Hay una parte del libro en la que yo le cuento a una amiga que tengo un problema mental y además estoy leyendo a Alejandra Pizarnik. Mi amiga me responde: ¡Lo que te faltaba! Con la literatura pasa igual que con el cine. Hay películas para las que no se tiene cuerpo, porque sabes que va a incidir en cosas en las que no es necesario ahondar. Hay que saber cuál es el momento para leer o meterse en cierta historia. Sé que es duro leer. Cuando lees síntomas, el cuerpo los va asimilando porque la lectura consigue que te metas de lleno en esas sensaciones. Es normal.

M.G.- Pero es importante conocerse y también conocer de dónde venimos. Las personas que sufrimos este tipo de problemas, si echamos la vista atrás y miramos a nuestros familiares, solemos encontrar a algún miembro de nuestra familia con el mismo problema.

A.M.- Sí. La ansiedad siempre ha estado ahí y el miedo forma parte de la vida. Ahora no le puedo preguntar a mis abuelas, pero si le hubiera preguntado si sufrieron ansiedad, seguro que me hubieran respondido que toda la vida. 

En terapia aprendí que es muy importante saber de dónde vienes. Genéticamente hay mucha predisposición. Si en tu ADN viene esa ansiedad, esa depresión continua, y el ambiente en el que te has criado es muy propicio a la ansiedad, mi psiquiatra y yo decimos que lo tienes de fábrica. Ya vienes químicamente predispuesto a no afrontar bien ciertos problemas, a hundirte de otra manera, a tener una sensibilidad muy fuerte. No pasa nada. Uno debe aprender a comprenderse, y comprenderse te lleva a tener menos miedos.  Está bien ahondar, saber qué pasa en tu familia, averiguar si alguien más ha sufrido esto y verás que no estás sola.

M.G.- Vamos a hablar de las ilustraciones, una parte muy importante del libro. Los dibujos del inicio son muy oscuros. Y aunque vemos que, poco a poco, el personaje va evolucionando a mejor, las ilustraciones no cambian de tonalidad. Siguen siendo oscuras. No hay transición sino que se mantiene la misma paleta cromática.

A.M.- Ahora mismo estoy en un momento artístico con esa tonalidad. Me gustan los colores ocres y los tonos tierra, que el negro esconda cosas, un tipo de atmósfera que, en este caso, desde Lumen se me permitía explorar. En otros trabajos de publicidad, el color funciona de otra manera, pero como Maldita Alejandra es un trabajo tan personal, necesitaba esa atmósfera interior. Hay luz pero muy tenue. Tengo que dar las gracias a Lumen por respetar mi paleta cromática y por dejarme expresarme así.


[Si prefieres escuchar nuestra conversación, dale al play]

M.G.- En estas ilustraciones, no solo vemos a Alejandra Pizarnik sino que también te dibujas a ti misma. Al dibujarte, ¿qué percepción tienes de ti? Dibujarse a una misma no debe ser fácil.

A.M.- No, por eso soy polilla. Tenía muy claro que quería a Alejandra Pizarnik, quería dibujarla, homenajearla, ponerla en el salón de mi casa. El dibujo me permitía traérmela en cuerpo. Pero yo tenía que ser algo que se transforma, algo que pesa al principio, y luego se convierte en volátil. Por eso me venía muy bien la metamorfosis de la polilla. Era algo kafkiano. Cuando leí La metamorfosis de Kafka me dije a mí misma que yo era ese bicho. Todo el mundo es ese bicho alguna vez, que se siente incómodo con la realidad. Todo esto me permitía salir de mi propio retrato sin caer en una verborrea autobiográfica. Todo eso ya estaba en el diario y no tenía que repetirlo en las ilustraciones. 

M.G.- En este libro no solo hablas de Alejandra sino que hablas con Alejandra. El personaje es un ente fantasmagórico que vive y convive contigo. Me parece una interacción muy interesante.

A.M.- Es parte del juego. El dibujo y la escritura te permiten crear otros mundos, abrir un boquete en la realidad y tomarte la licencia de traerte a la poeta maldita por excelencia hasta mi salón. También me permite ficcionar con mi propia terapia contra la agorafobia, por ejemplo, cuando salgo a la calle a comprarle tabaco, o ir con ella a comprar libros. He mezclado mi rutina con la suya, cuando le preparo café,... Es lo bonito del dibujo. Me he divertido muchísimo.

M.G.- El libro está estructurado como si fuera un diario. Abarca desde el 13 de enero al 2 de septiembre, si no me equivoco, con saltos en el tiempo. ¿En qué medida lo que se narra en cada una de esas entradas corresponde con la realidad o son un artificio?

A.M.- Está ficcionado. Mi trabajo con la psiquiatra sigue a día de hoy y espero que siga porque me está ayudando totalmente. Pero necesitaba acortarlo en el tiempo. Quería contar el tema de los fármacos, cómo me han funcionado a mí los ansiolíticos, los antidepresivos, en un espacio de tiempo concreto. Además teníamos que ponerle fin a esta historia de oscuridad y luz, a la vez. 

M.G.- Para finalizar, en el libro no solo vamos a ver poesía sino también música. Me gustan mucho las referencias musicales y me has descubierto algunos grupos. No solo leíste mucho sino que, como dijiste antes, la música también te ayudó mucho como salvavidas.

A.M.- Total. La música es terapia. Hay una parte del libro en el que sale La Javanaise de Serge Gainsbourg Es una canción que arrojó un chorro de luz  en mi cocina, mientras regaba mis plantas, le hacía café a Alejandra, y preparaba la escritura de ese día. La música es muy necesaria y te puede llevar a otros matices en tu día a día que son muy sanos.

M.G.- Ana, no te robo más tiempo. Me alegra verte y conocerte. Espero que te vaya muy bien y sigas subiendo.

A.M.- Muchas gracias. Gracias de verdad por tus preguntas.


Sinopsis: En pleno episodio de agorafobia y tras una ruptura amorosa, la protagonista de esta historia decide sumergirse en la enigmática vida de Alejandra Pizarnik, en cuyos diarios y poemas encuentra las palabras exactas para describir sus temores. Hasta que la poeta irrumpe en su apartamento sin previo aviso, con su abrigo negro e inundándolo todo de versos, papelitos llenos de palabras y humo de cigarrillos. Con ella también llegan las flores, los discos de jazz y una multitud de escritores que se mezclan con los platos sin fregar, las cajas de ansiolíticos y antidepresivos, y las copas de vino. ¿Podrá ayudarla la historia de la poeta mítica a comprender sus propios miedos y reconducir su vida?



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