Pablo R.- Bueno, realmente empiezo a escribir porque no tengo elección. Desde pequeño cuento historias. Mi juego ha sido jugar a historias, a personajes. A raíz de historias que me han sobrecogido o fascinado, he creado personajes. Ese ha sido un poco mi mundo, ¿no? Al final, todo eso se ha llegado a ver bien. El mejor ejemplo es que, cuando yo tuve que elegir qué quería estudiar, empecé en la escuela de interpretación y en periodismo, porque me gustaba contar historias, ya sea creándolas yo, o siendo yo el propio vehículo. En realidad, no ha sido una decisión. Es que yo tenía la necesidad de contar.
Soy muy creativo y estoy muy en contacto con el arte, no ya en el sentido de exposiciones y demás, pero sí leo mucho, veo mucho, estoy muy informado. Todo me afecta, todo me llama la atención y, enseguida, la imaginación se me va. De un detalle que leo o de una conversación saco una historia.
Lo que intento aportar a la literatura es escribir el libro que mi me gusta leer. Aplico lo que yo deseo, lo que mí me sobrecoge en literatura o en cine. Porque todo está ya inventado y, a partir de ahí, me intento favorecer de lo que pasa. Creo que los sentimientos son universales. Aunque seamos de una clase social distinta o estemos en una punta del mundo o en otra, lo que nos mueve es muy común. Y cuando ves los casos reales, te das cuenta de que los sucesos se producen por los instintos más básicos. Así que, lo que intento es escribir el libro que a mí me gustaría, con historias impactantes que te dejan KO, que te animan a seguir leyendo y que, a la vez, emocionan.
Creo que como actor profundizo mucho en los personajes, algo que en la novela de género no se suele producir. Estoy convencido de que, más allá de la trama y de los giros, si te acuerdas de una novela será por los personajes. Intento hacer una fusión, una novela más social o más emocional,combinada con thriller.
M.G.- Estás diciendo algo que me gusta. Hace unas semanas hablaba con Elvira Mínguez, que también se ha metido en literatura, y le preguntaba si su trayectoria como actriz le había ayudado a la hora de escribir la novela. Y ella me decía que acostumbra a escribir los personajes antes de interpretarlos. Entiendo que, por lo que tú estás diciendo, también haces lo mismo.
P.R.- Bueno, con «No volver a tener miedo» hacía diarios casi de cada personaje. Cuando interpreto personajes intento buscarles color. Por ejemplo, con Toni Alcántara, que lo conoce todo el mundo, ha habido temporadas en las que ha sido infiel, en las que, de repente, se ha vendido profesionalmente, o que ha sido más ingrato y por eso la gente de la calle le cogía más manía. Pero todo eso, como actor, era maravilloso porque el ser humano es así. De repente somos muy buenos y muy solidarios, y luego somos muy ruines en otros temas. Cuando queremos, miramos para otro lado. A mí me interesa encarar los personajes desde ese punto de vista porque hace que sean reales. Eso es lo que marca la diferencia con la mayoría de las novelas negras que leo, porque los personajes están estereotipados. El hecho de que los personajes tengan color, que sean como sean, sensibles y con un background, que les haya pasado muchas cosas, hace que sean maravillosos a la hora de crear sospechosos y de crear intriga, porque cualquier persona al límite es capaz de hacer muchas cosas. Si los personajes son planos, los ves venir.
M.G.- Te vas dando cuenta absolutamente de todo.
P.R.- Cuando un lector me dice que le ha cogido manía a un personaje me parece bien. Es como ocurre en la vida. A mí me gusta esa ficción en la que los personajes hacen cosas que, a pesar de ser desastrosas, te puedas reconocer en ellas.
M.G.- Dulce hogar es la quinta novela. Todas son thriller. Este es el género por excelencia hoy día. Creo que es lo que más se lee. También hay mucha competencia porque sois muchos los que escribís thriller. ¿En algún momento te has planteado cambiar de género?
P.R.- ¿Pero tú crees que el thriller es lo que más se lee? Creo que está en un buen momento pero fíjate, yo veo muchos libros de autoayuda, de positivismo. Claro, está todo el mundo tan mal, ¿no? La salud mental está tan perjudicada, en general. Creo que, de esos libros que te dan las claves para ser feliz, hay muchísimo.
M.G.- Yo creo que el thriller vende más.
P.R.- ¿Sí? Ojalá. Yo es que no lo puedo elegir. Es lo que te decía antes. Es lo que yo consumo y lo que me mueve. La novela negra es adictiva, si está bien hecha. Si yo consigo que te enganche y que te vuelvas adicto a la historia, me puedo permitir colarte otros muchos temas. Y no digo que quiera adoctrinar o decir lo que hay que pensar, sino poner temas sobre la mesa. Es lo que intento hacer con mis novelas que, además de entretenerte y divertirte, pienses y te plantees cosas.
En la anterior novela, «La cría», hablaba de la exposición en redes sociales, de los menores, de los riesgos que hay,... En esta se habla de los incendios, del problema de la natalidad, de las parejas que no pueden tener hijos,... Conforme vas investigando, te vas dando cuenta de que no sabes ciertas cosas, que socialmente no se habla de ellas. Creo que hay muchos tabús, por eso, trato de poner el foco de atención sin decirte lo que tienes que pensar. De eso se trata, de enriquecerte también cuando lees.
M.G.- Claro, lo de poner temas de actualidad sobre la mesa para que el lector...
P.R.- Para que el libro hable de algo más y no sea solo un caso de desaparición, que ya hay trescientos.
M.G.- De los temas hablaremos en un momento. Sí me gustaría preguntarte si has notado progresión desde que, en 2017, publicaras «No volver a tener miedo».
P.R.- Bueno, yo lo que noto es un oficio. Todo se aprende. Noto que he perfilado mi camino. Noto que estoy muy respaldado por mi editor y por la editorial, que hay un público muy fiel de lectores que esperan las novelas, que es el mejor de mis sueños. Ellos saben cuál es mi estilo y lo que se van a encontrar. Escribo una novela al año porque tengo mis ideas pero, además, tengo un motor que me lleva a crecer. Sorprender a los lectores es un reto constante.
M.G.- Esta novela trata sobre una pareja, Julia y Rubén, que se van a vivir a una urbanización de lujo con el propósito de mantener una estabilidad para tener un hijo. ¿Qué ocurre en tu vida para que esa idea se cruce en tu cabeza?
P.R.- Pues vivir en una organización a las afueras del centro de la ciudad, tener un hijo que va al cole, y conocer a muchas madres, muchos padres, muchas familias que viven en casas parecidas, de alrededor.
Tengo una casa que da al campo, desde la que tengo unas vistas privilegiadas. Un día estaba leyendo en mi casa. Al bajar el libro, me pareció ver a alguien entre los árboles, y me asusté. De repente, tener la sensación de que alguien te está observando, sin que tú lo sepas... Estuve un rato intentando saber si era alguien o un animal. En mi urbanización, conozco a muchas madres del cole, a amigas, que pasan la mayor parte del día solas. Algunas que son muy atractivas, muy guapas, y pensé en ellas, todo el rato solas, con sus maridos trabajando fuera y... De repente, mi cabeza empezó a funcionar. ¿Y si fuera algo sexi, algo que no fuera peligroso? Bueno, a mí me gustan mucho los thrillers de los 90, que eran muy sexis, muy sensual. No todo tenía que ser gris.
En esta novela he querido recuperar ese espíritu, con una primera parte en la que todo fuera muy Hitchcock, en el sentido de que todo fuera bonito, con intriga, pero muy agradable de leer; muy sofisticado y a la vez muy sexi. Me planteé qué pasaría si, de repente, te está viendo un chico, con el que empiezas a tener una historia, y luego viene tu marido,... Bueno, la historia va creciendo pero surgió así.
M.G.- Hablas de Hitchcock pero la novela también tiene esa parte de otro autor, que muchos hemos leído, y cuyas novelas sobrecogen por la descripción de ciertas escenas.
P.R.- ¿Te refieres a Pierre Lemaitre?
M.G.- Sí, sí.
P.R.- Sí, y fíjate que otro de mis referentes es Emmanuel Carrère.
Lo que quería hacer en esta novela era crear un mundo, lo que he dicho, tipo Hitchcock, atractivo, que te envuelva con mil posibilidades, que no sepas por dónde va la cosa y que, una vez que empiezas atar cabos y que crees que sabes lo que sucede, haya nuevos giros. Que, una vez que estés en la historia, hacer un poco lo que hacen estos maestros franceses, casi como si fuera un true crime. Que esto no sea solo un golpe seco, explicativo de lo que sucedió, sino que además, cuando piensas que sabes lo que sucede, haya más giros, más giros, más giros.
Me gusta la crudeza que tienen estos autores, que son muy secos y no hacen concesiones. En la novela negra, hay como miedo. Todo tiene que acabar bien, pero a mí me gusta que no sea así. El final de Dulce hogar es una bestialidad. Me encanta eso. En una novela, después de todo el recorrido, a veces el lector se pregunta: pero, ¿lo termina así? No es que nos tome el pelo sino que no sigue la esencia. Hay ser consecuente con lo que has ido planteando.
M.G.- Esa dureza la tenemos al principio del libro, en las primeras páginas. Leí o escuché en una entrevista que tú te habías metido tanto en la historia, y lo que te rodeaba era tan parecido a lo vemos en la novela, que llegaste a pasar miedo.
P.R.- Cuando empiezo a escribir esta historia, aunque no esté escribiendo literalmente en ese momento, sí estoy todo el tiempo conectado con la historia. Escribo a partir de cosas cotidianas a las que le saco punta. Por ejemplo, un repartidor que llega con un pedido que has hecho. Pues abres la puerta y nunca sabes quién es. Sacar cosas de este tipo. Estás pensando en un contexto muy parecido al mío y es como sacar punta a todos los peligros que puedan suceder.
Cuando me puse escribir el borrador estaba fuera de Madrid. Dio la casualidad que me salió un rodaje en Soria y tuve que pasar dos noches en Madrid, yo solo. Y claro, me pasó como a Julia, que vive en una casa muy bonita pero cuando está acompañada. Pero yo allí solo, con todo lo que he trabajado y he metido en mi mente, de repente,era como ver una película.
En mi casa me pasaba igual. Tengo una cristalera que da al campo y de día es maravillosa la vista pero, por la noche, es una cortina negra. Si alguien te está viendo, no te enteras.
M.G.- No sabes quién acecha.
P.R.- Claro, no lo sabes.
M.G.- Hablemos un poco de los personajes. Julia y Rubén son los principales. ¿Qué nos puedes contar de ellos?
P.R.- Julia y Rubén son dos personas muy independientes. Han disfrutado mucho de sus trabajos. Él es piloto de una aerolínea con vuelos internacionales y ella ha sido azafata. Creo que eso ya dice mucho. Son gente que está acostumbrada a ver mundo, a disfrutar,... No sé si conoces a azafatos o a azafatas, pero son gente...
M.G.- Con mundo.
P.R.- Sí. Gente que sienta cabeza un poco más tarde de lo normal. Ha sido por elección propia porque han disfrutado, entre otras cosas, de su sexualidad y de su vida. Pero cuando intentan ser padres, pues les cuesta. Sobre todo a Julia. Ella es el hilo conductor de la historia. Quería hablar de cómo un tipo de mujer que ha sido muy independiente, que ha sido muy empoderada, en el mejor sentido de la palabra, ahora le está costando ser madre. Este tipo de mujer tiene metida en sus venas el tema de la culpa y los convencionalismos. Incluso puede caer en el pensamiento de no ser madre porque no se lo ha ganado, entre comillas, porque ha estado todo el día viajando y, a lo mejor, para ser madre, tiene que estar asentada en un sitio. A lo mejor, en vez de vivir en el centro, salir de copas e irse al cine a las diez de la noche, entre semana, pues tiene que tener una vida más cotidiana, crear un hogar,...
Bueno, pues ahí arranca la historia, con una mujer intentando ser madre, cruzando los dedos. Las circunstancias la ponen contra la pared porque se encuentra gente alrededor que tiene una felicidad que ella no consigue. Además, todo esto le explota en la cara, lo ve en las redes sociales. Todo el mundo es maravilloso y no tienen tacto con ella a la hora de hacer comentarios.
Aunque pongo el foco en la maternidad, también hablo de las elecciones que hacemos, en la pareja, en el matrimonio, en los estudios,... Se nos mete dentro tanto la idea del éxito y de triunfar, que a veces nos obsesionamos con algo.
Mira, a mí me lo dicen como actor. Me preguntan si no hubiera querido ir allí o allá. Pero si yo soy feliz donde estoy, ¿para qué voy a...? Bueno, pues son personajes que sirven para contar la intriga pero también para reflexionar. A lo mejor me estoy obsesionando con una felicidad que ya tengo.
M.G.- Sí, son las imposiciones sociales. Vemos a la gente de nuestro alrededor hacer ciertas cosas y pensamos que tenemos que hacer lo mismo que ellos.
P.R.- Y las frustraciones. Se nos crean expectativas tan altas que no conseguirlas crea mucha frustración. Las redes sociales son terribles para eso. Ahí todo el mundo muestra su felicidad, todo el mundo habla de los éxitos, pero nadie dice nada de los fracasos, ni del trabajo que cuesta conseguir algo.
Y luego, con la maternidad y la paternidad también pasa. Todo el mundo habla de una madre a los 54 años, pero nadie habla de cómo se ha conseguido, de lo que ha costado, de congelar los óvulos a los 30. De este tipo de cosas, nadie habla.
M.G.- Bueno, la maternidad es uno de los temas que tocas en la novela pero también hablas de la búsqueda de la vida perfecta, la explotación urbanística, el cambio climático. Me quiero quedar con un tema concreto porque hay un personaje que tiene problemas mentales. Creo que esa es una cuestión muy importante hoy día, porque hay que dar visibilidad y normalidad a personas que sufren problemas mentales. Los novelistas, por ejemplo, hacéis una gran labor al respecto.
P.R.- En «La cría» ya hablaba mucho de las redes sociales y de cómo afecta a los chavales. Se nos lanza a un mundo de felicidad absoluta y que solo puede crear frustración. Luego está el bullying. Los adolescentes lo están sufriendo muchísimo. Todo esto afecta a la salud mental porque a nuestro alrededor todo es maravilloso. Esto por un lado.
Pero por otro, Dulce hogar pone también el foco en algo más contundente. Cuando se comete un crimen o se hace algo ilegal, ¿dónde se pone la barrera? ¿Cómo se sabe si se ha hecho conscientemente o existe un problema mental? En la mayoría de los crímenes se habla de drogas o de locura transitoria. Claro, luego investigas y se descubre que hay gente que tiene problemas mentales pero, como se hacen juicios rápidos, porque no pueden pagar abogados ni procesos, no se termina de demostrar la verdadera causa, y terminan con condenas a prisión, donde no hay programas de adaptación.
Hay gente que sí es consciente de sus actos pero consiguen condenas más breves o reducciones de condena por buen comportamiento y salen pronto. En cambio, hay personas que tienen verdaderamente un problema mental, pero se les encierra en una cárcel y como no tienen tratamiento, pues no prosperan, y sus condenas no se acortan. Todo esto es un tema muy delicado, muy complejo, que genera debate y es buen material para una novela.
M.G.- Tendríamos que reestructurar el sistema.
P.R.- Hay dos cosas que para mí son fundamentales. Lo de que los crímenes prescriban no lo puedo entender. ¿Cómo puede prescribir un crimen? Se trata de una muerte. Si la técnica y los medios están avanzando, si el dolor de las familias persiste, ¿cómo puede prescribir? Eso me parece terrible.
Y luego, de las reducciones de penas, no soy muy amigo, la verdad.
M.G.- Centrémonos en el escenario, en la urbanización de lujo. Viendo la sinopsis, me acordé de una película de Maribel Verdugo que se llama La zona, y que también ocurre en una urbanización. En estos reductos, con tantos privilegios, parece que nunca va a ocurrir nada malo. Sin embargo, son escenarios muy atractivos para una novela. Que uno viva en un sitio así no quiere decir que no te vaya a ocurrir algo malo. Hay un contraste intenso, entre lo luminoso y lo oscuro. Es un buen escenario.
P.R.- Creo que tiene que ver con ese espíritu que te comentaba, que fuera atractivo. Es bueno mostrar un bombón, algo sofisticado, que te guste y se salga algo de lo convencional. Los lectores leemos para salirnos de nuestro entorno. Si el contexto que te ofrezco es el de la casa de tus sueños, siempre va a ser más atractivo, y te da pie a ser muy duro y muy escabroso cuando tienes que serlo. Pero tiene que ser algo que lo puedas tolerar. Una vez que te he ganado, te puedo contar lo otro. Si no, se hace demasiado sórdido. A mí me gusta crear ese morbo, que la dualidad sea muy fuerte, pero que no puedas dejar de leerlo porque, en el fondo, hay algo que te gusta.
M.G.- Ahora que llevas publicadas cinco novelas, ¿te ves dejando la interpretación en favor de la literatura?
P.R.- Espero no tener que elegir. Aprendo con una cosa y con la otra y, al final, lo que sé de una cosa la ponga en práctica en la otra. Todo tiene que ver con llegar hasta el fondo de las historias que cuento, de los personajes que cuento.
Hay algo que valoro mucho y soy muy consciente del privilegio. Yo cuento mis historias porque soy dueño de lo que cuento y tengo suerte de estar respaldado. Por eso, lo de escribir una novela al año no lo veo como una tortura sino como una suerte.
M.G.- Pero compaginar...
P.R.- Claro, claro. Lo que pasa es que, como actor, tú dependes de otros. Mira, una cosa que veo con los libros es que el trabajo que siembras lo recoges. Si a ti te gusta esta novela, te lees las anteriores. Las novelas están vivas. Yo tenía miedo de que los libros se quedaran en las estanterías. Pero no. Lo que estoy viendo es que, si eres constante y tienes lectores que te siguen y les gusta tu estilo, tus libros se leen. Por eso, constantemente salen ediciones de los anteriores libros. Es un boca a oreja. Es algo maravilloso. Voy creciendo, y creciendo también en posición, y ya puedo vivir de escribir. Y como actor, pues no. Como actor, puedes hacer una obra en el Teatro Español, llenando setecientas butacas, que te vaya a ver mucha gente y no volver a hacer teatro bueno en dos años. O puedes hacer un personaje en televisión y que luego no te llame ni Dios, o que te llamen para hacer un casting para una secuencia del tipo: «Hola, cariño, vengo de trabajar», para una serie diaria de una cadena. Es así, de repente, te llaman para hacer un casting absurdo y al día siguiente te ofrecen un protagonista en el Teatro Español sin hacer una sola prueba. Es que te vuelves loco. Si dependes de eso, te vuelves loco.
M.G.- De todas maneras, Pablo, al personaje de Toni Alcántara le estás agradecido. Le debes bastante.
P.R.- Hombre, por supuesto. Ha sido un aprendizaje... Está siendo una suerte. He trabajado con lo mejor de España. Por la serie ha pasado toda la profesión. Los actores mayores que tenía a mi alrededor han sido una escuela para mí. Creo que la serie es historia de España. Y luego, al poder trabajar en otras cosas pero tener un personaje siempre recurrente al que puedes aplicar todo lo que vas aprendiendo, es un crecimiento personal. El personaje ha crecido conmigo y yo también he crecido como actor y como persona. Eso es un privilegio. Y luego, me ha dado una estabilidad que me ha permitido, por ejemplo, parar para escribir, cuando los anticipos eran bajos, o poder hacer otras cosas.
M.G.- Bueno, pues lo dejamos aquí, Pablo. Me ha encantado hablar contigo. Gracias por venir a Sevilla. Muchas gracias. Espero verte en el teatro, que nunca te he visto.
P.R.- Pues estuve aquí, no hace tanto. Creo que en el 2021, con El sirviente.
M.G.- Pues se me pasó. Bueno, para la próxima. Muchas gracias.
P.R.- Gracias a ti.
Sinopsis: ¿Existe el hogar perfecto?
Una urbanización de lujo a las afueras de la ciudad.
Una ex azafata de vuelo dispuesta a todo por concebir un hijo.
Un marido ausente, un vecindario inquietante...
Y un atractivo joven que siempre la está observando.
Con un estilo preciso y eficaz, Pablo Rivero construye en Dulce hogar una historia perturbadora con una trama llena de aristas y unos personajes complejos que lo arriesgarán todo. Un thriller inquietante, una crónica social de denuncia sobre la presión hacia las mujeres y los hombres con temas como la maternidad, la cultura del éxito o la falsa felicidad. Una historia demoledora que profundiza además en el miedo, ese que nos obsesiona hasta el punto de convertirse en morbo y que a veces se convierte en terror. Sombría y pasional. Bienvenidos a Dulce hogar.