Nacionalidad: España
Director: Estibaliz Urresola Solaguren
Reparto: Sofía Otero, Patricia López Arnaiz, Ane Gabaraín, Itziar Lazkano ...
Género: Drama
Sinopsis: Cocó, de ocho años, no encaja en las expectativas del resto y no entiende por qué. Todos a su alrededor insisten en llamarle Aitor pero no se reconoce en ese nombre ni en la mirada de los demás. Su madre Ane, (Patricia López Arnaiz), sumida en una crisis profesional y sentimental, aprovechará las vacaciones para viajar con sus tres hijos a la casa materna, donde reside su madre Lita (Itziar Lazkano) y su tía Lourdes (Ane Gabarain), estrechamente ligada a la cría de abejas y la producción de miel. Este verano que cambiará sus vidas obligará a estas mujeres de tres generaciones muy distintas a enfrentarse a sus dudas y temores.
Estos días atrás se han dado a conocer los nombres de las películas nominadas a los Goya 2024. Entre todas ellas, hay dos que llamaban especialmente mi atención. Una, La sociedad de la nieve. Y otra, el largometraje del que vengo a hablaros hoy, 20.000 especies de abejas, que ya tenéis en alquiler, y de la que no tenía muy claro su argumento. Porque, al igual que me pasa con los libros, a veces me lanzo a ver películas sin saber de qué tratan, por aquello de no contaminarme con las opiniones de los demás. Esta costumbre me depara grandes batacazos pero también increíbles sorpresas. Ahora, después de haber visto esta película, admito que la balanza se inclina hacia el lado positivo, aunque no me ha impactado tanto como esperaba. Os cuento con más detalles.
Aitor es el hijo pequeño de Ane y Gorka, un matrimonio en vías de extinción, que vive en Baiona. La película se inicia haciendo alusión a unasituación complicada que el niño, al que conocen por el sobrenombre de Cocó (apelativo que a él no le gusta) ha vivido en el colegio. Algo ha ocurrido, algo que provoca que Cocó regrese llorando del colegio todos los días. Parece que el niño se ha tomado la venganza por su mano. La familia intenta que las aguas vuelvan a su cauce y para ello, la madre y sus tres hijos -Nerea, Eneko y el pequeño Aitor-, se marchan al pueblo, una pequeña localidad vasca, donde se desarrollará el grueso de la historia.
Ane llega con sus hijos a su lugar de origen. En esa localidad vive su madre (Lita) y su tía Lourdes. Son dos mujeres mayores y bastante distintas. Si Lita se afana en tareas eclesiásticas y religiosas, Lourdes dedica su vida al cuidado de las abejas y a la recolección de miel. Y, mientras los niños pasan esos días correteando por los prados y en la piscina, Ane se vuelca en el trabajo. Es escultora. También lo fue su padre, llegando a conseguir cierto prestigio. Ane se encierra en el que fue el taller de su padre. Se está preparando para obtener una plaza de profesor. Revisa su trabajo previo. Rescata del polvo las piezas que aún conservan del padre. Parece que está tratando de encontrar un camino que había perdido.
En el pueblo, todo parece transcurrir con tranquilidad y vemos la cotidianeidad del pueblo -fiestas y bautizos sin santos, cultivos, arboledas,...-, pero los problemas siguen estando ahí. Ane no está bien ni en lo personal, ni en lo laboral. No se atreve a comunicar a la familia que Gorka y ella se están separando. Además, tiene una relación tensa con la madre, por la que se siente siempre juzgada. A eso se añade que parece que pasa por una crisis de creatividad. Necesita centrarse pero su hijo Aitor se enfrentará a una situación que tambaleará los cimientos de su propia identidad. «¿Por qué tú sabes quién eres y yo no?», le preguntará a su madre. Aitor tiene media melena y unos rasgos algo femeninos. Llega al pueblo con las uñas pintadas. No le gusta ir a la piscina y cuando va, no se quita el albornoz. Así, es fácil que todos lo confundan con una niña. Frente a las hogueras de San Juan, pedirá un deseo. ¿Te imaginas cuál puede ser?
Qué me ha gustado de esta película
Vivimos en un mundo de cambios continuos que afectan a todas las esferas del ser humano. Tiempos de revolución que inciden especialmente en la identidad. Aprovecho este momento para expresar mi absoluta repulsa contra aquellas personas que son incapaces de entender que cada uno tiene libertad para hacer con su cuerpo lo que estime conveniente, contra los que no pueden comprender que una persona puede sentirse por dentro de una forma muy distinta a lo que muestra el cascarón externo de su cuerpo. ¿A quién le importa si una persona se siente hombre o mujer? ¿A quién le importa con quién mantenga relaciones ese hombre o esa mujer? Nunca entenderé por qué hay personas que tienen una vida tan aburrida que necesitan meterse en la de los demás. Especialmente porque parece que no somos conscientes de que hay caminos muy difíciles y muy dolorosos de transitar, y aquella persona a la que criticamos y miramos de soslayo puede estar pasando por un momento en el que necesita conectar consigo misma y no sabe cómo hacerlo. Aunque también admito, todo hay que decirlo, que hoy día hay tantas etiquetas (a mi juicio, innecesarias) que me llego a perder con tanta denominación. Dicho esto, 20.000 especies de abejas, opera prima de Estibaliz Urresola Solaguren, aborda un tema que se ha visto en ocasiones anteriores pero no desde el enfoque que nos propone su directora. Historias sobre hombres que se sienten mujer, y mujeres que se sienten hombres hay muchas en cine y literatura pero, ¿qué ocurre cuando se trata de un niño o una niña?¿Cómo vive ese caos interior una persona de tan corta edad? ¿Qué pueden hacer los padres en esa situación? En este punto, la película me parece original.
20.000 especies de abejas nos cuenta la historia de Aitor, un niño de ocho años que desea tener el cuerpo de una chica porque se siente, pues eso, chica. Así veremos algunas imágenes en las que el pequeño fantaseará con esa ilusión, mientras naufraga en esa tormenta de emociones que siente, sin saber muy bien por qué le pasa lo que le está pasando, sin atreverse a pronunciarse, a contarle a su madre lo que le ocurre. Sin duda, es un tema interesante, sobre el que resulta necesario poner el foco de atención.
Pero si me preguntaran por qué hay que ver esta película, simplemente diría porque hay dos escenas bellísimas, -una cargada de naturalidad e inocencia y la otra llena de dolor-, que convierten este largometraje en una hermosa historia, en la que el amor es el sustento. De la primera escena, interpretada por un niño y una niña, solo diré que los más pequeños siempre dan grandes lecciones a los adultos. De la otra, que me arrancó alguna lágrima, os contaré que, cuando un hermano o hermana te ama, no hay amor más puro.
Qué no me ha convencido
Y aquí tendría que señalar tres cuestiones. A mí, como espectadora, me ha faltado más profundidad en ese dilema existencial al que se enfrenta Aitor. La película distribuye la tensión entre la parte personal de Ane, lo que atañe a su relación conyugal o a la relación con su madre, y el caos al que se enfrenta Aitor, punto dramático que tarda bastante en asomar. No sé si, por tratarse de un tema delicado, que puede herir sensibilidades, no se ha querido más que mostrar la superficialidad de lo que debe ser un océano profundo de inseguridades y miedos. Mantenerse tan en la superficie impide que empaticemos mucho más con el niño. Estas personas, como adultos, y no digamos ya como niños, deben de pasarlo realmente mal. ¿Qué cortocircuito se producirá en la cabeza de alguien que mira su cuerpo y ve genitales masculinos pero en su interior desearía tener atributos femeninos? O viceversa. Convivir con esa diatriba minuto a minuto tiene que ser terrorífico, especialmente cuando mantienes ese secreto para ti y no eres capaz de verbalizarlo por temor. Y encima eres menor de edad, y vives en el seno de una familia tradicional, y estás en un entorno rural. Por todo este cúmulo de obstáculos, siento que el tratamiento del tema principal de la película se me queda corto.
Por otra parte, y no sé si me equivoco, percibo que el personaje de Lourdes (la tía de Ane) vive o vivió el mismo drama que Aitor. Me resulta un personaje más masculino que femenino y quizá por eso, la relación entre Lourdes y Aitor parece mucho más estrecha que la que el niño tiene con su propia abuela. Ojo, que lo mismo estoy viendo fantasmas donde no los hay pero es la impresión que he tenido. Y es que solo hay que analizar la forma de vestir, de moverse o de pensar de Lourdes. Y escucharla también porque, entre líneas de su diálogo, intuyo lo que os estoy diciendo. Y si esto es así, tal y como yo he advertido, la supuesta identidad de Lourdes queda en el aire cuando esa relación entre la mujer y el niño,-entre dos iguales-, podría haber dado más juego.
Y lo que me falta de guion me sobra de metraje. 129 minutos me parece excesivo, máxime cuando la acción carece prácticamente de ritmo y los hechos transitan a un tempo muy sosegado, lo que requiere que el espectador tenga bastante paciencia. Así que te aviso que debes tomarte tu tiempo para permitir que los acontecimientos fluyan.
Por último, me centro en un desenlace que, en el cine español, es cada vez más habitual. Eso y los problemas de sonido. Porque no sé qué es lo que ocurre con el sonido en las películas españolas y con la vocalización de algunos intérpretes. Un problema que es especialmente evidente en largometrajes como este, donde se mezcla el euskera y el castellano. Pero vuelvo, al desenlace y me refiero a ese tipo de final que lanza al espectador por un precipicio. Es como si, después de andar todo el camino, uno llega al límite del sendero y te dan un empujón para caer al abismo. ¡Zas! ¡Pum! Y fin de la historia. No me suelen gustan esos remates que nos «invitan» a cerrar la historia. Y no es porque me dé pereza hacerlo y prefiera que me lo den todo hecho, sino porque creo que los «coïtus interruptus» cinematográficos son un recurso fácil para poner el The end a una película que no se sabe cómo finalizar.
Personajes e interpretaciones
A pesar de que no he sentido una atracción emocional por el personaje de Aitor, admito que es un personaje lleno de matices. Llama la atención que el niño haga muchas preguntas en torno al mundo religioso en el que se mueve su abuela Lita. Lanza un interrogante tras otro: ¿qué es la fe?, ¿qué es el bautismo?, ¿quién es Santa Lucía? La historia de la santa tendrá mucha relevancia en el camino del niño. Aitor necesita entender el mundo en el que vive, un mundo que percibe de forma distinta a como lo hacen los demás.
Y estoy hablando todo el tiempo del niño que no es niño, sino niña. Y lo es no solo porque el personaje se sienta así sino porque la interpretación corre a cargo de Sofía Otero. (Ahora entiendo los rasgos femeninos que percibí en Aitor). La actriz encarna bien la introspección de su personaje, ese observar mucho, guardar silencio, preguntar ocasionalmente, pasar las horas casi siempre solo, o dar la mano a aquella persona que lo mira y no lo juzga.
Pero la palma en el aspecto interpretativo se lo lleva Ane. La madre sufre. Y lo hace por partida doble. Porque si Aitor quiere ser chica es por su culpa, porque ella ha estado centrada en su vida laboral. Pero si lo apoya para que no sufra, también la mirarán mal. Haga lo que haga la van a criticar, pero lo importante es que Ane ama a su hijo, o a su hija, - lo que Aitor quiera ser-, y no está dispuesta a verlo sufrir, aunque evitarle el sufrimiento no estará siempre al alcance de su mano. Lo de los padres debe ser jodido. El mundo está lleno de lobos que atacan a los más débiles. Aprender a vivir, a defenderse, a hacerse hueco no es fácil y, a veces, los padres tienen que mirar ese proceso desde la barrera. A Ane le da vida Patricia López Arnai, una actriz que cada vez me gusta más. Su dolor se palpa. Su sosiego tras la tormenta, también.
Y no voy a dejar atrás a esos dos personajes, esas dos mujeres de las que hablaba antes, tan distintas. Lita y Lourdes. Cada una fiel a sus tradiciones, incluso la propia Lourdes, en quien yo veo lo que veo. Estos dos personajes están interpretados por Itziar Lazkano y Ane Gabarain, dos actrices que, para mí, son impresionantes.
En definitiva, 20.000 especies de abejas es una película que me ha gustado. Cierto es que esperaba más y que me ha resultado excesivamente larga, pero ha sido bonita verla. Al margen de lo que os he comentado, tiene una fotografía preciosa, que se potencia con unos paisajes espectaculares, donde el color verde de los montes y el agua cristalina de ríos y pozas embellecen la cinta. Y vosotros preguntaréis, ¿qué tiene que ver las abejas del título en todo esto? Bueno, eso lo tendréis que descubrir vosotros.
20.000 especies de abejas tiene quince nominaciones a los Goya. Entre ellas, Mejor Película (compite con Un amor de Isabel Coixet, que ha sonado bastante) y Mejor Dirección Novel. Ya veremos qué ocurre el próximo 10 de febrero.
La tenéis en alquiler en plataforma.
Tráiler: