Editorial: Renacimiento.
Fecha publicación: 2009.
Nº Páginas: 528.
Precio: 25,00 €
ISBN: 978-84-8472-455-1
Autor
Manuel Chaves Nogales nació en Sevilla en 1897. Se inició muy joven en el oficio de periodista, primero en su ciudad natal y más tarde en Madrid. Entre 1927 y 1937, alcanzó su cénit profesional escribiendo reportajes para los principales periódicos de la época, y ejerciendo, desde 1931, como director de Ahora, diario afín a Manuel Azaña de quien Chaves era reconocido partidario.
Al estallar la guerra civil se pone al servicio de la República y sigue trabajando como periodista hasta que el gobierno abandona definitivamente Madrid, momento en el que decide exiliarse en Francia. La llegada de los nazis, que describiría magistralmente en el ensayo La agonía de Francia, le obligó a huir a Londres, donde falleció a los 47 años.
Es autor de una espléndida obra literaria, Juan Belmonte, matador de toros; su vida y sus hazañas, su obra más famosa, es considerada una de las mejores biografías jamás
escritas en castellano.
Sinopsis
Manuel Chaves Nogales, al elaborar este reportaje publicado en 1935, dejó modestamente que Juan Belmonte, con su primera persona, envolviera la totalidad de la obra. Pero el exilio de este periodista debido a sus ideas liberales y republicanas, y su temprana muerte en 1944, provocaron que se olvidasen sus obras. Por fortuna, la reedición de este título en 1969 permitió la recuperación de su figura, porque la fascinación producida de nuevo por su lectura amplió el abanico de interesados. Ya no fueron solo los aficionados a los toros los propagandistas de la belleza y encanto de sus páginas.
[Información facilitada por la editorial]
Hace muchísimo tiempo que no reseño algunos de los libros que he leído en mi club de lectura durante este año académico. Son varias las opiniones que se me han ido quedando atrás y no me gustaría que me ocurriera como el año pasado, que dejé cinco o seis libros pendientes de reseña. No sé si algún día, recuperando mis notas, me pondré a ello porque el tiempo habrá hecho de las suyas y muchas de mis sensaciones se habrán diluido.
Así que, antes de que eso ocurra, hoy traigo mi opinión sobre un libro escrito por un periodista insigne. Había oído hablar de Manuel Chaves Nogales infinidad de veces, de su buena labor como articulista, de su buena pluma pero, si no llega a ser por el club de lectura, aún no me habría acercado a su trabajo.
Entiendo que el título del libro y la temática puede echar para atrás a muchos lectores pero sirvan estas palabras para advertir que Juan Belmonte, matador de toros... no es un libro sobre tauromaquia propiamente. Al principio yo también pensé que no iba a disfrutarlo porque seguramente me iba a topar con un libro sobre el mundo taurino, una fiesta que ni venero ni desprecio. He asistido a la plaza en alguna que otra ocasión sin que haya vivido una experiencia inolvidable. En este sentido me declaro, por decirlo de alguna manera, «ataurina». Sin embargo, comencé a leerlo y cuál fue mi sorpresa cuando me sentí atraída por ese Juan Belmonte niño que se hace hombre, lleno de humildad y sencillez.
Se abre las puertas de esta plaza literaria a los sones de los clarines con una introducción interesante pero quizás demasiado larga y especialmente demasiado explícita que puede llegar a influenciar nuestra lectura por lo que aconsejo dejarla para los postres.
Manuel Chaves Nogales, un hombre que no sentía ningún tipo de atracción por el mundo de los toros, se entrevistó con Juan Belmonte para realizar un reportaje a esta figura del toreo de quien era amigo. De sus charlas nació este libro publicado inicialmente en 1935, en el que veremos a un Belmonte niño, asustadizo y tímido que reculaba ante la grandeza del mundo a la par que sentía un gran poder de atracción del que después dejaría constancia en su pasión por la aventura. Su infancia transcurrió primero en la calle Ancha de la Feria, que para aquel chiquillo no era más que el reflejo del mundo, como «una síntesis perfecta del Universo».Cualquier cosa que existiera en la vida, tenía su reflejo en aquella calle del centro de Sevilla.
A veces, Belmonte miraba la vida pasar desde un rincón, observaba a los niños de su entorno jugar y correr calle arriba y abajo mientras que él anhelaba formar parte de aquellas cuadrillas que desafiaban la vida. Pero su madre no quería que su hijo tuviera contacto con aquellos granujas de la calle. Mientras fue pequeño, estuvo a la sombra de su madre, pero aquel niño crece, madura, asiste al colegio, se muda al barrio de Triana, tan importante para él y la vida comienza a darle cornadas. Las primeras con la muerte de su madre primero y de su padre después.
A veces, Belmonte miraba la vida pasar desde un rincón, observaba a los niños de su entorno jugar y correr calle arriba y abajo mientras que él anhelaba formar parte de aquellas cuadrillas que desafiaban la vida. Pero su madre no quería que su hijo tuviera contacto con aquellos granujas de la calle. Mientras fue pequeño, estuvo a la sombra de su madre, pero aquel niño crece, madura, asiste al colegio, se muda al barrio de Triana, tan importante para él y la vida comienza a darle cornadas. Las primeras con la muerte de su madre primero y de su padre después.
Siendo muy joven dejará el colegio para hacerse cargo de la quincallería que regentaba su padre en el mercado de Triana. El tiempo libre lo dedica a juntarse con los pícaros del barrio en la plaza del Altozano, foco de la tauromaquia trianera, pero Juan Belmonte era distinto. En su interior bullía algo más y gracias a tres amigos tipógrafos, se adentró en el mundo de la literatura.
«Devoraba kilos y kilos de folletines por entregas, cuadernos policíacos y novelas de aventuras. Los héroes del Capitán Salgari, Sherlock Holmes, Arsenio Lupin y Montbars el Pirata eran nuestra obsesión». [pág. 68]
Esos folletines los alternaba con el capote, colándose en las fincas a la otra orilla del Guadalquivir, para burlar a los guardias y echar el capote a los toros por la noche, con la única luz de la luna y desnudos porque, para no mojar la ropa, la dejaban en la orilla antes de adentrarse en las aguas del río o bien cruzaban con ella metida en un hatillo sobre la cabeza.
Chaves Nogales nos permite conocer lo que era torear para Juan Belmonte, aquel que distinguía entre los toreros y los torerillos. Había un abismo entre unos y otros. Los torerillos como él se curtían en la calle, toreando a oscuras, a la espera de alguna oportunidad. Los toreros disfrutaban de la venia de los señoritos de Sevilla, a los que distraían en los tentaderos. Él se autodenominaba un anarquista de la torería.
«A medida que me entusiasmaba con el toreo, sentía mayor antipatía por el tipo clásico del mocito torero. Yo no sabía entonces si aquella repugnancia mía por la torería castiza era sencillamente una reacción elemental de orgullo determinada por el desairado papel que hacía entre aquellos aficionados presuntuosos, que ni siquiera se dignaban mirarme, o si realmente respondía a una convicción revolucionaria que me llevaba a combatir desde el primer momento los convencionalismos del arte de torear. [...] En la liturgia de los toros yo sería siempre el último monaguillo. En cambio, me veía en condiciones de ser el depositario de una verdad relevada». [pág. 99-100]
Los años pasan, Belmonte crece y se afianza cada vez más en el arte del toreo. En 1910 mata su primer toro, comienzan a contratarlo para algunas corridas, con sus éxitos y sus fracasos, pero siguió en la brecha y vinieron las heridas por asta de toro y el éxito, y el dinero, y las mujeres, y los viajes al extranjero, y las multitudes que lo alababan y que llegaron a fatigarlo. De la lectura de este libro el lector desprende que Belmonte se vio sobrepasado por la fama y que él jamás olvidó Sevilla, ni la plaza del Altozano, ni a aquellos torerillos que seguramente, mientras él estaba en París, en Nueva York, en La Habana o en México, se seguían reuniendo donde hoy nos mira impasible desde un busto de bronce situado en dicha plaza, para hablar de sus faenas, de sus pases, de sus triunfos.
Creo que ahí radica la belleza de Juan Belmonte como persona, en que él era un hombre sencillo que su profesión, en la que volcaba su personalidad, lo hizo subir a la cima y conquistar el mundo.Pero me da la sensación de que todo ese pasmo (fue conocido como el Pasmo de Triana por el riesgo que asumía en la lidia), que él levantó, todo el revuelo que él provocó, estaba de más para él.
[Juan Belmonte habla de su infancia y sus inicios en el toreo]
Creo que ahí radica la belleza de Juan Belmonte como persona, en que él era un hombre sencillo que su profesión, en la que volcaba su personalidad, lo hizo subir a la cima y conquistar el mundo.Pero me da la sensación de que todo ese pasmo (fue conocido como el Pasmo de Triana por el riesgo que asumía en la lidia), que él levantó, todo el revuelo que él provocó, estaba de más para él.
Belmonte, un hombre del que me ha sorprendido su humildad y su claridad de ideas, asoma en este libro como un tipo pintoresco y peculiar que se casó por poderes porque no soportaba las ceremonias y ni siquiera estuvo dispuesto a asistir a su propia boda. Un hombre que hablaba de sus crisis espirituales, como si arrastrara una sombra que en ocasiones lo asfixiaba y no sé si ahí radica la clave de su trágico final. Se suicidó de un disparo en 1962 cuando contaba con 70 años de edad.
Al margen de contarnos la vida del torero, otro aspecto a destacar de esta novela es el retrato que se hace de la ciudad de Sevilla, tan comparada con otras tantas que Belmonte conoció. La descripción que nos ofrece Chaves Nogales es un calco de la realidad. En esta ciudad se tiende mucho a ser provinciano, a vivir en una constante dualidad (algo que ya destaqué cuando hablaba de los libros de Julio Muñoz Gijón) y él lo refleja muy bien en las costumbres y anécdotas que cuenta de la ciudad y de sus habitantes.
Pero lo importante de este libro no es solo lo que se cuenta sino cómo se cuenta. Creo que este libro hay que analizarlo desde dos perspectivas distintas. Por un lado, para centrarnos en la vida de Juan Belmonte como personaje. Por otro, para analizar el trabajo de Chaves Nogales como escritor. Una cosa sin la otra no hubiera sido posible. Ambos se complementan. La vida del torero sin la forma de narrar de este autor no hubiera sido igual y viceversa. Y es que, en cuanto al autor, me ha gustado mucho el estilo en el que se percibe claramente su profesión de periodista. Sorprende el tránsito de la tercera a la primera persona. Cómo comienza a narrar en tercera persona para presentarnos a Juan Belmonte niño, como si fuera un maestro de ceremonias y posteriormente soltar la mano del personaje, cuando ya tiene cierta autonomía, para que sea él mismo quien nos cuente su historia. Lo hace de tal manera que el lector prácticamente no se da ni cuenta. Pero, a mi juicio, esto conlleva un riesgo y es que el lector puede perder perspectiva y dejar en la sombra al verdadero autor del libro que no es otro que el periodista sevillano.
Al margen de contarnos la vida del torero, otro aspecto a destacar de esta novela es el retrato que se hace de la ciudad de Sevilla, tan comparada con otras tantas que Belmonte conoció. La descripción que nos ofrece Chaves Nogales es un calco de la realidad. En esta ciudad se tiende mucho a ser provinciano, a vivir en una constante dualidad (algo que ya destaqué cuando hablaba de los libros de Julio Muñoz Gijón) y él lo refleja muy bien en las costumbres y anécdotas que cuenta de la ciudad y de sus habitantes.
Pero lo importante de este libro no es solo lo que se cuenta sino cómo se cuenta. Creo que este libro hay que analizarlo desde dos perspectivas distintas. Por un lado, para centrarnos en la vida de Juan Belmonte como personaje. Por otro, para analizar el trabajo de Chaves Nogales como escritor. Una cosa sin la otra no hubiera sido posible. Ambos se complementan. La vida del torero sin la forma de narrar de este autor no hubiera sido igual y viceversa. Y es que, en cuanto al autor, me ha gustado mucho el estilo en el que se percibe claramente su profesión de periodista. Sorprende el tránsito de la tercera a la primera persona. Cómo comienza a narrar en tercera persona para presentarnos a Juan Belmonte niño, como si fuera un maestro de ceremonias y posteriormente soltar la mano del personaje, cuando ya tiene cierta autonomía, para que sea él mismo quien nos cuente su historia. Lo hace de tal manera que el lector prácticamente no se da ni cuenta. Pero, a mi juicio, esto conlleva un riesgo y es que el lector puede perder perspectiva y dejar en la sombra al verdadero autor del libro que no es otro que el periodista sevillano.
Chaves Nogales es de suma pulcritud a la hora de hacer uso de las reglas gramaticales y de igual modo, hace una brillante elección de vocablos sin abusar de un estilo barroco y sin emplear términos de poco uso. Su pluma se desliza por el papel con maestría torera, y el lector, como si de un Mihura se tratara, sigue con la cabeza gacha sus pases de verónica en cada párrafo.
En Juan Belmonte, matador de toros... hay humor, incluso a veces con un punto de absurdo al presentar desde la comicidad escenas dantescas, pero también hay poesía.
En Juan Belmonte, matador de toros... hay humor, incluso a veces con un punto de absurdo al presentar desde la comicidad escenas dantescas, pero también hay poesía.
«No dormí. Cara al cielo estrellado, con la espalda dolorida, como si estuviese crucificado en aquel madero, las piernas agarrotadas por el frío de la madrugada y los espantados ojos muy abiertos, estuve mirando cómo se borraban las estrellas y poco a poco palidecía y se ensuciaba de vetas lechosas aquel techo aterciopelado de la noche, que iba a desvanecerse, al fin, con el gran enjuagatorio del alba. Lavó también el alba con sus frías gotas de rocío nuestras caritas de cera abotagadas, y tiritando, entumecidos, nos tiramos abajo del montón de traviesas y echamos a andar otra vez hundiendo nuestras piernecillas desnudas en la hierba mojada». [pág. 77]
Con capítulos cortos numerados, seccionados en partes y con títulos, Juan Belmonte, matador de toros... en la edición de Renacimiento es una belleza con mácula. Y es que he de dar un tirón de orejas a la editorial por consentir las erratas que se encuentran ocasionalmente. A mi juicio debería de corregirse para no restar esplendor a un texto tan bien narrado, salpicado de ilustraciones, grabados y fotografías.
En definitiva, y al margen de ese pero mencionado, he disfrutado mucho leyendo este libro por el que, en un principio, no apostaba demasiado y aunque en las primeras líneas de esta reseña he comentado que no se trata de un tratado de tauromaquia, en honor a la verdad tengo que decir que su epílogo sí se adentra más en la técnica del toreo, el toro de lidia y la decadencia de la fiesta. Pero hasta llegar a ese punto ha sido un placer surcar la vida de Juan Belmonte y conocer su lado más humano.