Editorial: Anagrama.
Colección: Compactos.
Fecha edición: --
Nº Páginas: 256.
Precio: 6,00 €
Género: Narrativa hispánica.
Edición: Tapa blanca.
ISBN: 978-84-3396-668-1
Autor
Ignacio Martínez de Pisón nació en Zaragoza en 1960 y reside actualmente en Barcelona. Está considerado como uno de los escritores más relevantes de la narrativa española de su generación. En Anagrama ha publicado las novelas La ternura del dragón, Nuevo plano de la ciudad secreta, Carreteras secundarias, María bonita y El tiempo de las mujeres, así como las colecciones de relatos Alguien te observa en secreto, Antofagasta, El fin de los buenos tiempos y Foto de familia.
Sinopsis
Un adolescente y su padre viajan por la España de 1974. El coche, un Citroën Tiburón, es lo único que poseen. Su vida es una continua mudanza, pero todos los apartamentos por los que pasan tienen al menos una cosa en común: el estar situados en urbanizaciones costeras, desoladas e inhóspitas en los meses de temporada baja. Las solitarias playas de invierno son pues el paisaje al que están habituados los ojos de Felipe, el protagonista adolescente. Bien pronto, sin embargo, tendrán que alejarse del mar, y eso impondrá a sus vidas un radical cambio de rumbo. «Antes», comentará el propio Felipe, «no sabíamos hacia dónde íbamos pero al menos sabíamos por donde». A veces conmovedora y a veces amarga, Carreteras secundarias es también una novela de humor cuyas páginas destilan un sobrio lirismo, en las que Ignacio Martínez de Pisón se ratifica como uno de los mejores narradores de su generación.
[Biografía y sinopsis tomadas directamente del ejemplar]
Me alegré mucho cuando nos anunciaron que leeríamos Carreteras secundarias en el club. La historia ya la conocía por su versión cinematográfica de 1997, una adaptación llevaba a la pantalla por Emilio Martínez Lázaro, con guión del propio autor, y protagonizada por Antonio Resines, Fernando Ramallo, Maribel Verdú y Miriam Díaz Aroca, entre otros. Recordaba de aquella road movie las aventuras y desventuras de sus protagonistas con cierto humor, así que me apetecía mucho acercarme al texto original, aunque eso implicara no poder evitar imaginarme a los personajes con la cara de Resines y Ramallo.
Las primeras páginas de la novela nos habla de lugares deshabitados. Parajes que en otros tiempos bulleron de actividad y vida pero que ahora son desiertos urbanísticos. Esto, que en principio se podía entender como una mera descripción del lugar en el que se inicia la acción, esconde algo mucho más serio pues esa desolación, esa soledad es la misma que anida en la vida de sus protagonistas principales, un padre y un hijo con una relación casi exigua.
Felipe y su padre, un hombre de mediana edad sin oficio ni beneficio, constituyen una pareja peculiar, unos tirititeros de la vida que deambulan de un lado a otro en busca de una fortuna que no llega. Resulta curioso que el padre ande siempre a la caza del éxito, la aceptación social, el bienestar cuando procede de una familia de Vitoria bien situada desde tiempo atrás pero, por algún motivo que el hijo desconoce, este rompió todo vinculo con su madre y hermanos. Felipe no entiende por qué andan pasando penurias, por qué no dejan de mudarse constantemente de una casa a otra, la siguiente más deplorable que la anterior, por qué no recurrir a esa familia a la que tender la mano para dejarse cobijar. Ese constante transitar, esa falta de inestabilidad que caracteriza sus vidas unido a los fracasos de su padre provocaran un desapego aún mayor entre ellos.
De la madre de Felipe sabremos poco, apenas unos esbozos, unos recuerdos de momentos más dichosos que quedaron atrás, cuando la familia gozaba de felicidad. Ahora, con la madre muerta, parece que la suerte se empeña en torcerse una y otra vez, engullendo al padre y al hijo en una espiral de calamidades, hundiéndolos cada vez más en la miseria, distanciándolos más si cabe, a pesar de que el padre lucha por el bienestar de ambos, vertiendo en sus propósitos unas ganas inmensas y mucha ilusión, mientras que el hijo recibe los esfuerzos de su padre con gran desánimo.
En el fondo no deja de ser una historia cargada de gran realismo. Aunque transcurre a mediados de los años 70, la historia bien se podría extrapolar a los tiempos actuales. Los adolescentes siguen pasando por esos periodos de rechazo absoluto, de conflictos con sus progenitores a los que no entienden y por los que no son entendidos, mientras que muchos padres de hoy en día hacen malabares para mantener a flote a la familia y por eso, con la esperanza de un golpe de suerte, se meten en jardines de los que a veces no saben como salir. No hay pecado en ello. El fin es bueno como lo es el del padre de Felipe cuando decide convertirse en representante de artistas mediocres, montar un establecimiento ilegal de telecomunicaciones o hacer negocios infructuosos en la base militar americana de Zaragoza.
Y si realista es la historia también lo son los personajes, muy creíbles y bien perfilados. Durante el debate que realizamos en el club sobre esta novela, muchos compañeros manifestaron su rechazo por esta figura paterna al que veían como un sinvergüenza, un estafador, un delincuente. En definitiva, una mala influencia para el hijo. A mí me ocurrió todo lo contrario. Yo era incapaz de ver al personaje perverso que todos veían y, aunque es cierto que siempre se vanagloria absurdamente de su inteligencia, que se cree afortunado simplemente por conducir un Citroën Tiburon, su mayor tesoro, que se muestra excesivamente altivo y ufano, alardeando de una dignidad que solo le conduce al desastre, en el fondo yo lo veía como un pobre desgraciado que no tenía donde caerse muerto, un desdichado del que muchos se aprovechan y al que todo le sale mal.
En cuanto a Felipe, hay que bucear en su pensamiento para conocer su verdadera esencia. Es cierto que se burla de su padre constantemente, es cierto que miente a todo el mundo en cuanto a la profesión que este ejerce, es cierto que se avergüenza de él, pero también es verdad que no tolera que otros se mofen de su padre y eso solo puede significar que, más allá de sus desplantes, entiende que aquel hombre no deja de ser su padre, por muy miserable que le parezca. Aun así, lo peor que le podría ocurrir es terminar siendo como él, un frustrado más, que da tumbos de un lugar a otro, intentando recuperar lo que un día perdió, buscando en otras mujeres lo que tenía con su esposa fallecida y mintiéndose a sí mismo para sentirse mejor.
Felipe es para mi el epicentro de esta historia. Lo más destacable es la evolución que va experimentando el personaje. La visión que tiene el niño de su padre, el concepto que tiene del amor y en general de la vida, todo eso irá cambiando a medida que pasa el tiempo. A todos nos ha ocurrido. A ciertas edades uno no tiene perspectiva suficiente como para valorar el mundo y las personas que nos rodean. Hará falta tiempo,será necesario que ocurra alguna desgracia para abrir los ojos, como los abrirá Felipe justo en el momento en el que consigue todo aquello que siempre ha soñado. A veces, las cosas inalcanzables pierden todo su esplendor una vez que las tenemos al alcance de la mano. Carreteras secundarias, narrada en primera persona en la voz de Felipe, nos ofrece en ese sentido una versión sesgada de la historia, tan tremendamente subjetiva que a veces araña. El sarcasmo y la ironía del niño, que se dirige frecuentemente al lector, como buscando nuestro beneplácito, como haciéndonos cómplices, nos llega a doler. Pero, al mismo tiempo, hay mucho humor, especialmente al principio, pero se irá diluyendo a medida que el hijo madure, dando paso al escozor una vez que el joven consiga ver a su padre con otros ojos, cuando sepa toda la verdad y sea capaz de interpretar los actos.
Resulta curioso el título elegido por el autor. Carreteras secundarias nos induce a pensar en una vida de segunda categoría, siempre bordeando las autopistas, anchas, grandes, veloces, mientras nosotros transitamos por los caminos terrenosos y abruptos de la vida. Es posible que, tanto por una vía como por otra, lleguemos al mismo destino pero la diferencia radicará en ese transitar al que Felipe y su padre se ven abocados, un camino lleno de aprendizaje porque, al fin y al cabo, la vida es solo eso.
Aunque hacia la mitad, tal vez se me hizo algo repetitivo, me ha gustado leer Carreteras secundarias. A lo largo de la lectura se fueron alternando los pasajes que me sacaban una sonrisa con aquellos otros que me producían una terrible tristeza. Por suerte, la vida es una noria. Así que, yo recomiendo, y en este caso por este orden, leer la novela de Martínez de Pisón y posteriormente ver la película. Aunque, como suele ocurrir, la novela es mucho mejor que el filme, este último también se deja ver.
[Imágenes tomadas de Google] Retos:
- Autores de la A a la Z.- 25 españoles.- Sumando 2015.- 100 libros.
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